Un equipo de la Universidad Nacional de Rosario analiza qué efectos provocaron en las aves. Realizaron un primer muestreo de especies en zonas que se quemaron y en otras intactas para analizar cómo impactó en el ecosistema.
¿Qué pasó con las aves que vivían en la isla, luego de los incendios del año pasado? Con la quema de los árboles perdieron sus nidos, dónde refugiarse y de qué alimentarse frente a la devastación de la flora.
Para saberlo, un equipo de investigadores de la Universidad Nacional de Rosario está estudiando qué efectos provocó el fuego en las aves del humedal. En un primer viaje, hicieron un reconocimiento del territorio, específicamente en la isla “Los Mástiles” frente a la Reserva Natural de Granadero Baigorria. Allí recorrieron zonas que fueron afectadas por las quemas y otras que no, con la intención de comparar y analizar cómo afectó al ecosistema y luego, ver su evolución en el tiempo.
La coordinadora del grupo Caterina Barisón explicó que para observar aves se necesita tranquilidad y silencio, así que apenas llegaron a la isla debieron apartarse del resto de los investigadores de la Universidad que también cruzaron para realizar otros tipos de estudios. En un segundo viaje, hacia finales de 2020, el equipo acampó en el lugar para realizar el primer muestreo de aves.
“Se espera que la diversidad de aves sea mayor en las áreas que quedaron intactas frente a las quemadas, donde ya no cuentan con tantos recursos para alimentarse, refugiarse o dormir”, afirmó la Licenciada en Biodiversidad y aclaró que las aves también brindan servicios ecosistémicos. Por ejemplo, se alimentan de frutos y semillas y estos, al pasar por su tracto digestivo, se ablandan. Cuando defecan, mientras vuelan sobre la isla, pueden ayudar a poblar de vegetación nativa aquellas áreas que se quemaron, es decir que “contribuyen a la restauración del ecosistema”.
Trabajo de campo
El trabajo empezó muy temprano en la mañana y consistió en recorrer los puntos que habían establecido previamente con imágenes satelitales y muestrear las aves que veían o escuchaban. “No siempre se puede ver el ave pero sí escucharla, identificar el canto y saber qué especie es”, dice. La científica cuenta que con las primeras luces del día, ya tienen que estar en el punto uno de muestreo porque la mayor actividad de las aves es en ese momento y al atardecer.
“A las 5, 5.30 de la mañana en verano es el horario ideal para iniciar el trabajo y hacerlo hasta las 9.30, 10 a más tardar”, afirma. Más llegado el mediodía, con el calor, la actividad de las aves disminuye bastante entonces ya no se las escucha ni se las ve volar. Es decir que trabajar en horarios del mediodía puede llevar a errores o submuestreos.
La observación la hacen con ayuda de binoculares y telescopios porque en algunos casos las aves están lejos y es necesario identificarlas. Y en cuanto a la detección a través del canto, suelen existir variaciones o dudas entonces se utilizan aplicaciones que se pueden instalar en el celular para corroborar de qué especie se trata.
“Acampamos una noche de un día lunes en el parador y no había nadie, lo que fue esencial para que el trabajo saliera bien”, contó. Durmieron en carpas y esto les permitió realizar una pequeña recorrida nocturna y ver las aves que aparecen de noche, como por ejemplo los atajacaminos que durante el día están ocultos. “La primera complejidad de la noche es desplazarse por lugares donde uno no conoce, pero en el silencio de ese horario, se puede escuchar mejor”, sostiene.
El muestro da cuenta de que las aves se trasladan por la isla sin problemas. En algunos sectores donde todavía quedan pequeños humedales en medio de la laguna, hay muchas aves playeras, garzas, patos, chajá. Y en aquellas zonas que estuvieron quemadas, la diversidad podría ser menor porque al estar los árboles quemados, se reduciría la cantidad disponible para que se puedan posar, anidar o alimentarse. Allí observaron más rapaces, dado que al estar más despejado el ambiente, lleno de cenizas, es más fácil para estas aves la caza de pequeños roedores o reptiles. También se encontraron con algunos paseriformes que corresponden a los que conocemos vulgarmente como pajaritos.
El equipo tiene planificado visitar la isla entre una y dos veces por estación del año. El primer muestreo estaría dentro de la primavera. Entre febrero y marzo sería la visita de verano y después la repetirán en otoño e invierno. Asimismo, en primavera y verano, tienen que registrar la visita de las aves migratorias que vienen desde el norte. “Queremos ver quiénes llegan a la isla e intentar observar qué uso de los recursos hacen”, dijo la especialista.
“Es muy importante sentar precedente, saber qué sucede en el delta del Paraná, cómo afectó el fuego, cómo responde el ecosistema, cómo se restaura con el paso del tiempo. Es tener una idea de qué le pasa a nuestros humedales después del fuego”, resaltó.
La observación de aves
El grupo “Aves” está conformado por cuatro mujeres y tres hombres. Según comentó la investigadora, históricamente las mujeres no ocuparon el lugar de observadoras de aves, sino que esta tarea era llevada adelante siempre por hombres. “Tiene que ver con la historia de los naturalistas y los biólogos a lo largo del tiempo, pero fuimos metiendo cada vez más el hocico en la ornitología y esta vez quedamos a cargo del proyecto tres mujeres. De a poco, el mundo de las aves convoca a más mujeres”.
Una parte del equipo está conformado por investigadores de la Facultad de Ciencias Agrarias de la UNR: la Licenciada en Biodiversidad Caterina Barisón, las Licenciadas en Recursos Naturales Julia Gastaudo y Jorgelina Asmus y el estudiante Agustín Duarte. Además participan integrantes del grupo auto convocado “Ambientalistas de Baigorria”, Georgina Papini, Juan Ignacio Ladeveze, Guillermo Federico Bordin y el Club de Observadores de Aves COA Federal Rosario a través de su coordinador Cesar Giarduz.