Nueva ola de crímenes, un frenesí violento y abrumador | por Facundo Borrego

Opinión

Una nueva ola de crímenes rompió contra Rosario con una intensidad inusitada. Esa acumulación de homicidios salvajes en pocas horas, entrelazados, como consecuencia de otro, y vinculados a las economías criminales, parece afirmarse como dinámica de la violencia en la ciudad. Para ponerle números, septiembre tiene 17 homicidios en 14 días. Al Estado se le escurre el fenómeno.  

Ocurrió en enero cuando durante más de veinte días se contaba un crimen por día. Ocurre ahora con un episodios brutales y el móvil del vuelto cada más recurrente, es decir, como respuesta a otro crimen. Esta es una conjetura amplia que se ajustará caso por caso ni bien las investigaciones avancen y se puedan poner lazos, caras, nombres y poder de cada uno de los actores de los episodios.

Lo cierto es que la violencia está latente, se da pareja durante el año, pero hay ocasiones en que una bala certera impacta en determinada víctima y termina desatando una saga de hechos de venganza como ocurrió en el cementerio La Piedad el lunes al mediodía cuando terminaba el sepelio de un soldadito. 

También podría recordarse la cacería allá por 2013 durante los días posteriores al crimen de Claudio “Pájaro” Cantero. Claro que la circunstancia era otra, las motivaciones también. Pero puede ser un punto de partida para entender fenómenos de acumulación de episodios, de venganza y de disputa por el narcotráfico. Son muchos, en corto tiempo y con mucha rudeza.

Lo impactante es que hay desempacho en la forma de ejercer la violencia. En la semana se viralizó un video grabado por jóvenes sicarios donde subían las escaleras de un Fonavi, se paraban frente a una vivienda y descargaban una metralleta y una pistola contra el frente de una vivienda con total soltura.

Lo que se destaca en estos sicarios es la banalidad de la violencia con que cumplen su tarea. Pertenecen a un esquema en el que se debe tirotear a un punto y no hay más que preguntar, ni reflexionar, ni cuestionar sobre las consecuencias. ¿O acaso los que dispararon sobre la casa de Magallanes al 2700 en zona oeste pensaron en que una de las balas podría incrustarse en la cabeza de una chica de 14 años que lavaba los platos de la cena?

Esa banalidad es lo más peligroso porque da lugar al desmadre de cualquiera que tenga un arma y no muchos argumentos. Antes se limitaba a grupos específicos, a ciertas bandas pesadas, pero con el tiempo se atomizó la forma de ejercer el poder criminal y disgregó en el territorio la disputa delictiva. Vale aclarar que los hechos se dan en determinadas zonas donde la marginalidad está a mano y el Estado corre de atrás.  

La disputa territorial y por el mercado de drogas es el nudo de la cuestión, no es novedad. Zona norte parece haber picado en punta en el último tiempo. A su vez, el efecto pandémico podría sugerir un agravamiento de la situación. El mercado ilegal se achicó, la circulación de dinero también por las limitaciones económicas y sociales del aislamiento. Pero los intencionados son mayores.

Ahí surge el conflicto y la disputa. Una motivación más para usar la violencia como método, porque en definitiva la cuestión es cómo resuelven, qué procedimiento se utiliza para solucionar un conflicto. Y la única manera que se dirimen este tipo de hechos en Rosario es con armas. Por eso no es un fenómeno sólo de seguridad sino social y cultural, y ahí la complejidad de solucionarlo. El Estado ataja penales, puede ser, pero no desvía muchos.

Facundo Borrego es periodista. El artículo fue publicado originalmente en RosarioPlus.