¿Qué está pasando con nuestros humedales? Los argentinos que viven en las riberas e islas del Paraná, están experimentando “en vivo” los efectos de enormes incendios sobre los humedales de toda la región desde el último verano. Los demás, nos enteramos de este “desastre ambiental” por los medios de comunicación que también nos informan que en el Congreso Nacional se están discutiendo varios proyectos para una “Ley de presupuestos mínimos”. Su propósito es contribuir a la conservación de todos los humedales de nuestro país para que, idealmente, episodios como estos no vuelvan a repetirse. Una ley que, debemos recordar, fue aprobada en el Senado en 2013 y 2016 pero que, sorprendentemente (o no), al no ser tratada en la Cámara de Diputados, perdió “estado parlamentario” y todo debió volver a empezar…por tercera vez.
Pero… ¿qué son los humedales y por qué necesitamos conservarlos? Se trata de ecosistemas particulares distinguibles porque sus suelos normalmente se inundan con frecuencias, niveles y permanencias variables. Esta característica, que en otras épocas (y aún hoy) se consideraba negativa, es las que explica, sin embargo, su enorme valor como fuente de agua (algo fundamental en nuestras zonas áridas y semiáridas) y sus elevadas productividad y biodiversidad. Esto se traduce en una gran variedad de bienes y servicios para todos los que vivimos en o cerca de ellos. Mejoran la calidad del agua, regulan el clima local, reducen los efectos negativos de grandes crecidas y poseen una enorme variedad de plantas y animales que contribuyen a satisfacer las necesidades básicas (tangibles e intangibles) de muchos de nosotros.
Resulta claro, entonces, que necesitamos conservar nuestros humedales, entendiendo a la “conservación” en forma amplia. Esto implica preservarlos, restaurarlos y/o usarlos “sustentablemente”. Por lo tanto, no hay que confundirse ni confundir con interpretaciones y mensajes erróneos. Necesitamos conservar el mayor número posible de sus componentes, es decir su “diversidad ecológica”, pero también su “integridad”, o sea las interacciones que condicionan su estructura y adecuado funcionamiento (que dependen, básicamente, de mantener su natural régimen hidrológico).
Si esto último ocurre, su “salud ecológica” será satisfactoria, al igual que su capacidad de recuperarse ante un disturbio de origen natural o humano. Es decir, mantendrán su “resiliencia” y por lo tanto, su identidad e integridad no sólo ecológica sino también sociocultural y económico – productiva.
Para usar sustentablemente los humedales, habitándolos o realizando ciertas actividades productivas en ellos, simplemente tenemos que hacerlo con modalidades, intensidades, superficies y eventuales infraestructuras que se adapten a su particular funcionamiento ecológico y no al revés.
Para contribuir a que todo esto ocurra, una ley que nos propone cumplir presupuestos “mínimos”, es indudablemente un instrumento básico. La misma debe contar con adecuados fundamentos científico-técnicos, ser discutida y consensuada con la activa participación de las comunidades locales y sobre todo, crear un Programa Nacional de Humedales que, apoyado por políticas públicas, conlleve a su efectiva implementación. Hoy, la oportunidad de hacerla realidad depende de la actitud activa y comprometida de nuestros gobernantes y legisladores pero también de todas y todos nosotros. No la dejemos pasar… otra vez.
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Roberto Bó es miembro de la Fundación Humedales y coordinador del grupo de investigación de ecología de los humedales de la UBA.