La justificación imposible: la propiedad privada de la tierra | por Rolando Astarita

Opinión

Recientemente el economista José Luis Espert, candidato a diputado nacional del frente Avanza Libertad, declaró: “Estoy harto de la guerra de los zurdos contra el campo, harto”.

Pues bien, no sé qué dicen los “zurdos” en general, pero desde el enfoque marxista el cuestionamiento no es “al campo” (o a la tierra, la naturaleza, etcétera), sino a la propiedad privada del campo, la tierra, la naturaleza. Lo cual atañe a los presupuestos históricos del capitalismo y a los fundamentos de la renta agraria. El cuestionamiento se resume en la pregunta: ¿cuál es la justificación de la propiedad privada de la tierra? Marx lo plantea de la siguiente manera: “La propiedad de la tierra presupone el monopolio de ciertas personas sobre determinadas porciones del planeta, sobre las cuales pueden disponer como esferas exclusivas de su arbitrio privado, con exclusión de los demás” (El Capital, t. 3, p. 793). Esto es, en algún momento de la historia humana (variando según regiones o países) hubo personas que se apropiaron, bajo la forma de propiedad privada, de las tierras (o minas, cursos de aguas, etcétera), dejando a otros con poco o nada.

La crítica de Marx a esta relación se precisa en la crítica que dirige al desarrollo de Hegel sobre la propiedad de la tierra. Recordemos que para Hegel la propiedad es la existencia racional de una persona y la expresión (objetivación) de una personalidad particular (me baso en David Rose, Hegel’s Philosophy of Right. A Reader’s Guide”, p. 65 y siguientes). Según Hegel, la voluntad subjetiva debe ser reconocida como libertad, y ello requiere la institución de la propiedad. Por eso afirma que “en la propiedad las personas se reconocen unas a otras como personas”. Por ejemplo, siempre según Hegel, me afirmo como un individuo libre a través de la apropiación de los objetos de mis deseos y necesidades. Por eso, la propiedad, que Hegel supone privada, me libera de la dependencia del sobrevivir cotidiano. Y así, la actualización de la voluntad interior a través de la propiedad toma la forma de la apropiación privada, de su uso y enajenación. Es a través de esta relación con el bien, (en particular la tierra) que una persona es identificada por la gente como un individuo y se respeta su libertad.

Pero este es el punto que precisamente critica Marx: la propiedad privada de la tierra no es una relación de hombre, en cuanto persona, con la naturaleza, sino una relación social, ya que “la persona individual no puede afirmarse como propietario [privado] en virtud de su ‘voluntad’ frente a la voluntad ajena que también pretende corporificarse en el mismo jirón del planeta” (Marx, ibid.). Por lo que estamos no ante una relación sujeto – bien natural (enfoque del liberalismo individualista), sino social:  alguien se apropia de centenares o miles de kilómetros cuadrados en choque u oposición con centenares o miles de personas, imposibilitadas de alcanzar esa “afirmación de libertad” que solo realiza el terrateniente. Y para ello, como observa también Marx, no basta con la buena voluntad. De hecho, la historia de la apropiación privada de la tierra está recorrida por innumerables episodios de violencia. Entre ellos, los cercamientos de las tierras comunales con que, en los orígenes del capitalismo británico, se despojó de la tierra a las masas campesinas. Y las decenas de millones de habitantes del llamado tercer mundo, despojados de sus tierras vía el colonialismo imperialista. ¿Qué posibilidad de afirmación de la libertad tenían esos desheredados de la tierra? El liberal calla y mira al techo…

Pero además, sigue Marx, “no resulta posible ver, en absoluto, dónde se fija ‘la persona el límite de la realización de su voluntad, si la existencia de su voluntad se realiza en un país entero o si necesita todo un montón de países para, mediante su apropiación, ‘manifestar la soberanía de mi voluntad con respecto a la cosa’. Aquí Hegel naufraga irremediablemente”. Pasado en limpio, bajo la forma de preguntas. ¿Cuántos miles de hectáreas una familia de la oligarquía argentina en el siglo XIX necesitaba, por ejemplo, para “manifestar la soberanía de su voluntad libre”? ¿Cuántos metros una familia indigente? ¿O es que los desposeídos podían, o pueden, prescindir de tal ejercicio de libertad personal vía la propiedad privada?   

A lo anterior se suma que la propiedad privada de la tierra introduce un factor de monopolio (un lote de tierra natural fértil no es reproducible) en la economía. Una cuestión que incluso señaló Walras, referente principal de la teoría de los mercados perfectos. Monopolio que constituye el fundamento último del capitalismo. “… el monopolio de la tierra es una premisa histórica, y sigue siendo el fundamento permanente del modo capitalista de producción, así como de todos los modos de producción anteriores que se basan en la explotación de las masas de una u otra forma” (Marx, p. 794, ibid.). Así, solo cuando se agotaron las tierras disponibles para los colonos pudo desarrollarse el trabajo asalariado en EEUU. Solo entonces se extendió la explotación capitalista del trabajo. Para esta, se necesita fuerza de trabajo liberada de los medios de producción, la tierra en primer lugar. Con lo cual los desposeídos están obligados -¿y la libertad, liberales?- a vender, o intentar vender, su fuerza de trabajo. Aunque, por supuesto, tienen la libertad de negarse a ser explotados y morirse de hambre. 

Por todas partes hacen agua los argumentos de los apologistas de la propiedad privada de la tierra y del capital. ¿Qué hacer?  Pues no hablar del asunto, y echar pestes contra “los zurdos”. Son las consecuencias del limitado horizonte intelectual en que se mueven. “¿Qué me vienen con discusiones filosóficas? Vayamos a lo práctico”, parecen decir. Y ponen el grito en el cielo cuando gente que está en la extrema miseria y necesidad levanta una casilla de cartón y chapa en un terreno desocupado. “Ladrones, sinvergüenzas, violan la propiedad privada, vayan a trabajar”. En definitiva, encuentro comprensible que estas luminarias estén “hartas” de las críticas que no tienen manera de responder.


Rolando Astarita es Profesor de Economía de la Universidad de Buenos Aires (UBA). / Artículo publicado originalmente en su blog personal.