De mascotas a compañeros: el nuevo lugar de los animales en nuestra sociedad

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Ya no se trata solamente de tener una mascota. Hoy, perros y gatos ocupan un rol central en los hogares y en la vida emocional de las personas. Se habla de “mi perrhijo” o “mi hijo gatuno”. ¿Qué hay detrás de este cambio cultural?

Escribe: Valentina Peña, para El Tigre de Papel

Durante décadas, la relación entre humanos y animales domésticos estuvo atravesada por una lógica funcional: el perro que cuida, el gato que caza, el canario que decora. Sin embargo, esa visión cambió radicalmente. En la sociedad contemporánea, los llamados “animales de compañía” dejaron de ser considerados simples mascotas para convertirse en miembros activos del núcleo familiar. La semántica es apenas el reflejo de una transformación más profunda: ya no se “tienen” animales, se convive con ellos.

El fenómeno no es menor. Según diversos estudios y encuestas, cada vez más personas viven solas o en estructuras familiares no tradicionales, donde los vínculos afectivos se redefinen. En ese escenario, perros y gatos han pasado a ocupar un rol emocional central: dan compañía, brindan consuelo, generan rutinas y hasta ayudan a sobrellevar la ansiedad o la depresión. No es casual que, en muchas ciudades, haya proliferado la figura del “pet friendly” en bares, restaurantes, hoteles y hasta espacios laborales.

Pero el cambio no es solo cultural, también es legal y económico. En varios países del mundo —y de manera incipiente también en Argentina— se discute la necesidad de reconocer derechos para los animales de compañía. Algunos códigos civiles ya no los consideran “cosas” sino “seres sintientes”. Paralelamente, crece la industria del bienestar animal: desde alimentos premium hasta servicios de guardería, peluquería, seguros de salud y terapia.

Detrás de todo esto, hay una necesidad humana muy concreta: construir vínculos afectivos genuinos en una época marcada por la inmediatez y la virtualidad. En muchos hogares, los animales no solo acompañan; también estructuran el día a día, enseñan a cuidar, a respetar ritmos, a mirar al otro sin juicio. Para muchas personas, la compañía de un perro o un gato no es un “suplente” del afecto humano, sino una forma plena y legítima de amor.

El lenguaje, como siempre, refleja lo que sentimos. Decir “animal de compañía” en lugar de “mascota” es también una declaración ética: no se trata de alguien que está por debajo, sino de alguien con quien compartimos la vida. En tiempos donde todo parece fugaz, la lealtad silenciosa de un animal puede ser el ancla más firme.

Y así, sin que nos demos cuenta, entre paseos, ronroneos y siestas compartidas, nuestros compañeros no humanos nos están enseñando algo esencial: que el cariño no se mide en palabras, sino en presencia.