En estos días se está implementando en la provincia de Santa Fe un plan de ampliación de las horas de clases de los estudiantes de primaria. El aviso llegó a la comunidad y a las escuelas por los medios de comunicación. Unos diez días después, las escuelas se enteraron por los canales correspondientes.
Se dice que que la ampliación está destinada a mejorar la alfabetización y que comenzará siendo optativa este año (para familias y docentes) y obligatoria el próximo.
¿Por qué arrancar a días de la finalización de clases? Solamente para los anuncios rimbombantes aplaudidos por la masa estulta, para que le cierre algún número al Ministerio o para cumplir los compromisos con alguna fundación de esas que poquito a poquito se meten en la educación pública a hacer pingües negocios (v.gr. Sadosky, Natura, Pérez Companc). En ningún caso sometiendo todos estos criterios a una “mejora de la educación”, como suelen decir los anuncios y mostrar exultantes gobernantes aferrados al indicador numérico de turno.
Las innumerables dificultades o contratiempos que producen en las escuelas los cambios de horarios de entrada y salida, en el transporte, en la organización interna solo son soportados porque la escuela aún sigue siendo fuerte.
No han bastado los olvidos de los balagueses, la ignorancia de unos geniales bioquímicos que tomaron Educación hace una década, ni la anodina indolencia de los canteros durante la pandemia y después, ni las atrocidades de absoluto desconocimiento del funcionamiento escolar de estos señores goitys para derrumbar la escuela pública. Y elijo no hablar del ensañamiento con los sueldos de docentes activos y jubilados para no sangrar por la herida y salpicar estas palabras.
No han bastado los oportunistas legisladores que un día mandan un proyecto para enseñar computación obligatoria, o emprendedurismo o yoga en las escuelas con absoluta ignorancia del funcionamiento del sistema, pero que alcanza para unos minutos en la tele o la radio tornándose visible su “tarea”.
No han bastado los senadores, concejales, etc. con su séquito de fotógrafos desesperados por una toma sonriente donando una licuadora y dando lecciones a los directivos de cómo educar.
Los directivos aguantan la náusea y la escuela sigue de pie aún.
Mientras la escuela aguante será el foco de cualquier estupidez resonante y de cualquier curro alevoso que señores y señoras han pensado desde su impoluta oficina con aire acondicionado siempre con el propósito de “mejorar la educación”.
En los anuncios oficiales se quejan de que las medidas sindicales toman de rehenes a los alumnos, pero no usan el mismo término cuando van a sacarse la famosa fotito del benefactor prebendario o protegidos por los protocolos a los actos patrióticos a desgranar sus discursitos genéricos con los que no se puede estar en desacuerdo.
En los hechos, son atroces. Venimos de diez años de destrucción sistemática de la otrora admirable educación pública santafesina por acción u omisión. Acción sumando tareas a los docentes (sería innumerable aquí), a las conducciones escolares, a los asistentes, la mayoría no supeditadas a la gran acción escolar que es enseñar. Omisión por hacerse los boludos con las condiciones edilicias, laborales, con las publicaciones de docentes heroicos que van en canoa a dar clases, con textitos que dicen que las escuelas pueden mejorar solo si mejoran los docentes, con lo cual se arrogan las decisiones, las evaluaciones, las críticas a un sistema del que no se hacen cargo porque, obviamente, los anteriores fueron un desastre.
Nunca se les ocurrió que la ingente inversión publicitaria podría ir a mejorar las escuelas. O sí, pero no lo hacen.
Nunca se les ocurrió que se necesitan planes estructurales, a largo plazo, acordados con las fuerzas políticas, con “intelligentsia” genuina santafesina, lejos del apuro por llenar las escuelas de espejitos digitales para vanagloriarse de una modernización que nunca funciona. O sí, pero no lo hacen.
Nunca se les ocurrió que las fundaciones a las que se entrega el patrimonio cultural santafesino priman su negocio sobre la cultura. O sí, pero se hacen los tontos.
Y así van, improvisando sobre la marcha, pero calculando perfectamente la movida publicitaria. Total… la escuela aguanta.
Mirando el trabajo manual en Finlandia sin enterarse que, desde hace más de 100 años ,hay talleres manuales en la provincia.
Hablando de pruebas Pisa, de números objetivos, de evaluación de eficiencia y de alfabetización como si toda la vida se hubieran pelado el traste laburando en educación.
Cambiando algo, siempre cambiando las reglas de juego, total es con sangre y sudor de docentes y asistentes, no con la propia. Lo de ellos es pensar y decidir algo para que se note que tienen poder y que tienen planes. Total, la escuela aguanta.
Y cuando se vayan serán despedidos con honores por los servicios prestados y otearán algún otro puestito de decisión donde servir a la patria. Aunque su patria no sea la de los ciudadanos a pie.
Y la escuela aguanta, mientras la masa estulta repite indolente el latiguillo: No aprenden nada.
Néstor Marinozzi es Técnico Mecánico (Instituto San Pablo), Profesor de Matemática, Física y Cosmografía (ISP N° 3 “Eduardo Laferriere”) y Analista en Sistemas de Computación (Instituto Superior San Pablo). Ex director de la Escuela de Educación Secundaria Orientada (EESO) N° 234 “Justo José de Urquiza”, de Empalme Villa Constitución.