Los argentinos consumimos 92 kilos per cápita/año de harinas y derivados. Es el consumo popular por excelencia, el precio del trigo junto a la carne y el aceite son los más políticos de todos los precios. Por ello, el pan no solo tiene precio, sino que tiene además, un profundo valor político, que no es lo mismo. Vale mucho más de lo que pesa y cuesta, en cuanto a estabilidad política se refiere. El pan pone y saca gobiernos desde hace siglos.
En la Argentina hasta hoy -mañana no lo sé- su precio está al garete del mercado. Tenemos 35.415 productores agropecuarios que hacen trigo, de esos el 15% hacen el 85% aproximadamente, alrededor de 5312 son los trigueros que controlan el primer eslabón de la cadena productiva.
En el eslabón siguiente nos encontramos con 172 molinos harineros. Hay un minúsculo puñado controla el precio merced a una cartelización más que explícita. Tanto que merecieron una millonaria multa (150 millones) de la Secretarías de Comercio Interior. Molinos Cañuela (tiene además el 40% de la exportación de harina) Molinos Florencia, y Trigalia (Cargill) fueron condenados por: “fijar precios mínimos de venta e impedir la competencia en la comercialización de harina de trigo”.
Siguiendo con los derivados, hay 80 fábricas de pastas inscriptas, pero solo Molinos Río de la Plata a través de distintas marcas controla el 80% del mercado. Con las galletitas pasa algo similar. En definitiva, no más de 6000 personas físicas o jurídicas tienen de rehenes a 33.000 panaderías y 47 millones de argentinos. Monopolios y latifundios dominan la escena, constituidos bajo la mirada displicente de la política y al libre albedrío del mercado; ellos son los que manejan a su antojo el bolsillo y lo que ponemos en nuestras mesas.
El problema no es de volumen productivo sino de precios. Sembramos cerca de 6 millones de hectáreas, cosechamos casi 20 millones de toneladas y destinamos al mercado interno, alrededor de 7 millones. Nos sobra para exportar tres veces más de lo que consumimos. Por lo que el argumento de la derecha agraria de que, saquemos retenciones para aumentar la producción y bajar los precios, se derrumba ante la simple observación de lo que sucede.
Primero el hambre no espera ni sabe de futuros, la comida debe estar ahora. Segundo las harinas por las nubes, están hoy, en medio de una gran cosecha de trigo. Tercero, el tema no es producir más sino distribuir mejor. No hay debate posible entre hambre y futuro productivo. El que la padece no quiere escuchar argumentos, encima falaces e inciertos… quiere comer.
Aumentar la producción
Ahora bien, supongamos que el tan meneado latiguillo de la mayor producción fuera el punto nodal del tema. Partiendo de la base que nadie siembra para sacar menos o poco, todos queremos más. Los productores, las empresas acopiadoras, las exportadoras y los gobiernos de cualquier signo, cuanto más se cosecha mejor para todos/as. Pero a los volúmenes productivos tenemos que interrogarlos. Un volumen hecho 100% para la exportación, por un puñado de terratenientes o mega empresas integradas verticalmente, no es igual a uno producido por miles de chacareros y destinado a abastecer el mercado interno. No es lo mismo un volumen conseguido sobre la base de la ampliación de la frontera agropecuaria que otro que preserva zonas razonables de siembra y es amigable con el medio ambiente. No todo es lo mismo, tampoco el volumen per se, lo explica y justifica todo.
La producción se puede aumentar por dos vías: o sembramos más o mejoramos los rindes. Tierra hay la que hay, es un bien finito. No existe una máquina que fabrique tierra para agrandar el área sembrada. El área de siembra de los cinco principales cultivos (trigo, soja, maíz, sorgo y girasol) es de 38.000.000 de hectáreas, sembramos uno u otro.
Entonces, ¿dónde vamos a sembrar? ¿Vamos a poner dos pisos a la pampa húmeda o vamos a seguir deforestando? No hay licencia social para seguir talando bosques nativos. Es peor el remedio que la enfermedad.
La otra alternativa es aumentar la producción mejorando rinde. Esto lleva un tiempo biológico y de investigación que es imposible de adelantar por más voluntarismo ideológico que le pongan. No existe esa semilla mágica que de repente nos duplique lo cosechado por hectárea. ¿Dónde está ese fertilizante explosivo que va a hacer trepar geométricamente el volumen?. En ningún lado, acá lo mágico no existe. Todo lleva su tiempo biológico y el hambre -como ya dijimos- no espera, es hoy.
Por lo tanto, lo del aumento de la producción expresado en los términos de consigna política, ni siquiera adquiere la categoría de deseo. Es solo un latiguillo demagógico de campaña electoral, sin ningún sustento real, ni científico ni económico y que juega con las necesidades del pueblo. Está expresado, solo para confundir a la población citadina, ocultando la verdad. Todo lo que se hace, en materia de producción de alimentos debe hacerse con la combinación de volúmenes adecuados producidos en forma adecuada y distribuidos con racionalidad logística y con criterio de justicia social… El salario es lo que pone la comida en la mesa, y si este no alcanza de nada sirve que las otras coordenadas estén alineadas. ¿De qué sirve la carne en el gancho de la carnicería o el pan en la panadería si no tengo plata para comprarlos?
El campo nacional y popular debe dejar de tercerizar el debate agrario. Debemos salir de este modelo de agriculturización permanente con concentración de tierras y rentas, para volver a la chacra mixta, con producción de cercanía y mercados populares.
Necesitamos una agricultura democrática, desmonopolizada, al servicio de la soberanía y seguridad alimentaria de la nación. Ejecutada por productores de verdad, con rostro humano. Un rentista no es un productor. Argentina debe controlar, regular, pesar y medir su producción agropecuaria. Fácil decirlo, difícil de hacer, pero no imposible. Si se pudo, se puede. Salud y cosechas.
Pedro Peretti es productor agropecuario de Máximo Paz, departamento Constitución. Fue director de la Federación Agraria Argentina (FAA).
Artículo originalmente publicado en el diario La Capital, de Rosario