Miguel Lifschitz, una topadora del hacer | por Coni Cherep

Opinión

Tan temprano, tan deprisa. Mientras el frío helado de la orfandad, atraviesa los cuerpos y las almas de miles de mujeres y hombres. de millares de pibes que no comprenden por qué a él, justo a él, que significaba tanto en este pantano de tristezas que no cesan. La primera gran paradoja, de tantas: se murió el hombre que más hospitales públicos inauguró en la historia de la provincia, y se murió a causa de una enfermedad que pudo evitar o morigerar vacunándose. Pero eligió no hacerlo antes, sin privilegios, y entonces la pelea contra el virus fue desigual.

No, que no se murió solo un hombre. Se murió Miguel Lifschitz. Un dirigente que fue una topadora del hacer, un ejemplo de tenacidad, un hombre de incuestionable decencia y un punto de ilusión que unía a miles de voluntades en la esperanza de recobrar a favor de la sociedad santafesina, los valores que fuimos perdiendo por nuestra propio descuido, nuestros cansancios rellenos de banalidades y por las ambiciones personales de algunos otros que nunca serán historia.

Se murió el compañero de Clara, el padre, el abuelo que alcanzó a conocer a su último nieto apenas por horas. El amigo de algunos, el compañero de otros y el jefe exigente de otros y otras. Pero por sobre todas las cosas, se murió un dirigente que representó en vida y en gestión, precisamente todo aquello que un país carente de valores y proyectos, necesita.

En un país cuyas principales figuras se caracterizan por la soberbia, por la falta de diálogo y por la escasa inclinación al trabajo, Miguel Lifschitz era todo lo contrario: un hombre de una capacidad de trabajo insuperable, un dialoguista constante, un respetuoso absoluto del otro, pensara como pensara, con un perfil bajo que nunca hizo sentir al adversario como a un enemigo.

Se murió un ex gobernador que recorrió dos veces entera la provincia, si, dos veces. Cada pueblo y ciudad. Las 365 comunas y municipios de la extensa Santa Fe. Dos veces en cada lugar, de cara a los vecinos, preguntando qué faltaba y cumpliendo en la medida que pudo con todos ellos. En pueblos a los que nunca había llegado ni siquiera un Ministro, o un Subsecretario. En pueblos donde no importaba quien era el senador o el presidente comunal, porque allí había santafesinos que necesitaban obras para poder vivir mejor. Ese raid puede ser normal en provincias chicas, pero en Santa Fe fue inédito

Era el antipolítico del marketing. Llevaba un apellido demasiado difícil. Ni siquiera sus dos inmensas gestiones en la Municipalidad de Rosario habían conseguido instalar su nombre en el resto de la provincia, cuando le tocó ser candidato a la gobernación. Pero le tocaba a él, por méritos propios. Porque era capaz y porque tenía ideas, y como buen ingeniero, sabía cuales eran las herramientas que le harían falta.

Enfrente tenía a un archiconocido artista, Miguel Del Sel. Y consiguió ganarle de manera pírrica, sin descansar un sólo día. Y no es un cuento: antes de asumir la gobernación reunió a su familia y les dijo que él se despedía por 4 años. Que lo entendieran, pero que su compromiso desde el 10 de diciembre de 2015 hasta el mismo día de 2019 era gobernar Santa Fe, y que se olvidaran de él en los cumpleaños, y los fines de semana, y los planes de vacaciones. Y nunca descansó. Apenas un par de escapadas con Clara, su cómplice final, a las sierras de Córdoba, bien escondidos, donde no lo molestara el ruido.

No paró hasta ver terminado los hospitales que Binner proyectó, que Bonfatti continuó y, en la peor de las crisis económicas de este país, hizo una inversión en Obra Pública que no tiene antecedentes, y que será difícil igualar. Rutas, escuelas, Centros de Salud, Clubes de barrio, agua, cloacas, desagües, extensión de la red eléctrica, de antenas telefonía móvil, que llegó a lugares. donde sólo había un teléfono y público. Abrió caminos donde no se podía transitar, y llevó adelante una administración ejemplar de los recursos públicos que se constató con dos auditorias anunciadas de manera canalla, y cuyos resultados fueron silenciados: Ni una sola duda, ni un sólo centavo de dudas en las cuentas del Ingeniero Lifschitz. En un país donde hacer política es, precisamente todo lo contrario.

Entonces con él, no se muere sólo un hombre. Se murió un hombre que significaba lo que la sociedad argentina estaba necesitando. Su alta popularidad daba señales de salud moral, en una sociedad acostumbrada al engaño, a la energía dilapidada en el enfrentamiento y con dirigentes que se llenan la boca hablando de modelos, pero que cada día que pasa, nos van dejando un país peor.

Es muy difícil para quien no vive en Santa Fe, para quien no habita Rosario, para quien no conoce el norte de la provincia, para quienes no entendieron que el país no sólo es un embate entre dos fuerzas que se anulan y anulan al país de cualquier esperanza, comprender lo que significó Miguel Lifschitz para el pueblo santafesino.

Se murió un ejemplo de trabajo, un militante 24 por 7 por 365. Un político riguroso, de curiosidad infinita y una formación que no abandonaba nunca. Una voz que que nunca agravió a nadie, que nunca faltó a la cita del dialogo, que nunca le esquivó a las responsabilidades. Un tipo que se hizo a si mismo, contra su propia imagen y apellido. Un hombre al que las encuestas hoy, en semejante desastre de imagen de la política, le daba siempre más de un 60 % de imagen positiva.

Y se fue muy temprano, con apenas 65 años. Murió como consecuencia de una complicación de COVID, al que llegó sin vacunarse. Porque eludió cualquier maniobra que le permitiera hacerlo antes de lo que le correspondía. Justo en este país, y en esta provincia, donde se vacunaron decenas y decenas de funcionarios sin edad para hacerlo, sin ninguna función relevante.

En fin. Se murió mucho más que un hombre. Se murió un pedazo enorme de la esperanza de los santafesinos que tardíamente entendieron que los que venían a sucederlo, venían a romper lo construido. Y se bancó como un caballero los agravios, las acusaciones y los insultos. Sin entrar nunca en el barro de los que sólo echan culpas a los demás, para simular sus incapacidades.

Y se irá protegiendo a todos, cuidando los protocolos, como lo hizo Hermes Binner, como lo hizo Elida Rasino, la primera Ministra de Educación del Frente Progresista en 2007, la que le empezó devolver la dignidad a los docentes santafesinos. Esa dignidad, que hoy volvieron a perder. Los tres se fueron en menos de un año.

Ojalá los jóvenes, sus compañeros del Frente Progresista, los socialistas, los radicales, los miembros de los partidos mas pequeños comprendan, que estás pérdidas significan algo más que una enorme pena y una merma en las posibilidades electorales. Ojalá comprendan que algunos hombres y mujeres no se pueden reemplazar con otros nombres, y que lo único que lo puede honrar es la unidad y el respeto por las ideas y las obras hechas. Que eso se riega solamente con una profunda honestidad, un enorme respeto por sus memorias, y una gran generosidad.

Ya no se trata de despedir tempranamente a un hombre que será inolvidable, sino de asumir que como Lifschitz, la realidad se cambia caminando todos los días los lugares donde la gente tiene necesidades. Y cambiándoles un poco la vida. Lifschitz hizo eso. Y se va demasiado pronto, tan pronto, que no será fácil acostumbrarse a su ausencia, por muchos años.


Coni Cherep, periodista.

Artículo originalmente publicado en La Vanguardia.