Cuando la NBA estructuró y negoció el reinicio de la competencia hace dos meses, el foco de la discusión sobre la misma había comenzado a pivotear desde el cómo conseguir reanudar el torneo al cómo acoplarlo con el movimiento de protestas en el que el país se había visto sumergido tras el asesinato de George Floyd.
La salida, como la vuelta al juego en general, fue negociada entre la liga y el Sindicato de Jugadores (NBPA). Se permitiría a los deportistas arrodillarse durante el himno -algo prohibido en el reglamento-, usar slogans aprobados de antemano por la NBA en el lugar de la camiseta donde suelen ir los nombres, y se colocaría, bien grande, el mensaje “Black Lives Matter” en el centro de las canchas para que este pudiera ser leído a lo largo y ancho de un planeta famélico de espectáculos deportivos.
Parecía poco. Pero el clima de movilizaciones a escalas inéditas contra la represión policial empujaba al optimismo. Y el sindicato aceptó las medidas de protesta pre-empaquetadas, usando como principal excusa que los jugadores, muchos de los cuales habían participado en las marchas, tendrían así una mayor vidriera para exponer sus posiciones y preocupaciones si lo hacían durante la competencia. (Y, de paso, la NBA y los deportistas no perdían el dinero de la televisación que hubieran tenido que dejar de lado de ser cancelada la temporada. Pequeño detalle.)
La “Burbuja”, como fue denominado el ambiente cerrado en Disney donde los jugadores se recluyeron para reanudar el juego, fue un éxito rotundo a la hora de contener las infecciones de COVID-19 entre los atletas. Pero en cuanto al tema protestas, anoche todo terminó de estallar.
Los jugadores, aquellos que ponen el hombro y que, a partir de su transpiración y talento, generan el contenido que la liga vende a todo el mundo, se niegan a hacer su trabajo porque la policía sale a la calle y mata a gente por el color de su piel. El mismo color de piel que porta la mayoría de los participantes de la competición.
El detonante fueron las noticias llegadas desde Wisconsin en la última semana. Primero el video de la policía baleando por la espalda a un hombre afroamericano desarmado delante de sus hijos. Y, en segundo lugar, el asesinato de dos personas -al parecer a manos de un adolescente supremacista blanco- durante las protestas desencadenadas por el primer hecho.
Poco a poco “La Burbuja” empezó a efervescer de descontentos imposibles de tapar. Jugadores como George Hill declararon que poco importaba un torneo de básquet cuando estaban matando a su gente en las calles todos los días. Los planteles de Toronto y Boston empezaron a hablar de la posibilidad de negarse a jugar el primer partido de su serie en señal de protesta. Y anoche pudimos contemplar la primera medida concreta llevada a cabo por los jugadores cuando los Milwaukee Bucks, del propio estado de Wisconsin, el mismo donde ocurrieron los hechos antes mencionados, anunciaron que no se presentarían a jugar su partido ante los Orlando Magic (Sterling Brown, miembro de los Bucks, había sufrido una agresión policial en carne propia tiempo atrás y lo contó en The Players Tribune). Rápidamente Orlando respondió negándose a solicitar que le den por ganado el juego, y el resto de los encuentros de esa noche siguieron el mismo camino, en la NBA e incluso en otros deportes. Plantel tras plantel, fueron dando a conocer su negativa a continuar compitiendo en señal de protesta.
Y no importa lo que hayan mencionado canales de TV, diarios o sitios web. Esto no fue un boicot. La palabra que deberían estar usando, una que los medios estadounidenses prefieren evitar todo lo que puedan, es huelga (quizá, dicen algunas versiones, los jugadores evitan el uso del término «huelga» porque eso violaría los términos del Convenio Colectivo). Los jugadores, aquellos que ponen el hombro y que, a partir de su transpiración y talento, generan el contenido que la liga vende a todo el mundo, se niegan a hacer su trabajo porque la policía sale a la calle y mata a gente por el color de su piel. El mismo color de piel que porta la mayoría de los participantes de la competición.
Esto es una huelga, hecha y derecha. Y no es la primera, ni la única, porque, a pesar de lo que muchos quieren creer -o no quieren ver-, se trata de una herramienta que les ha sido harto efectiva a la hora de conseguir victorias por sobre los dueños de los equipos y las instituciones alrededor suyo.
Un poco de historia
El Sindicato de Jugadores (National Basketball Players Association o NBPA) fue fundado en 1954 y organizado por Bob Cousy, el jugador más popular y espectacular de la competición, capitán de uno de sus equipos más importantes, los Boston Celtics. Vale la pena mencionar que la participación de las principales estrellas en las posiciones más prominentes del sindicato fueron una constante a lo largo de los años, a excepción de la década del 2000 y principios de 2010, lo cual coincide con la era de mayores derrotas de la NBPA.
Desde su fundación comenzaron las idas y vueltas con los propietarios de las franquicias. En 1957, previo a un All Star Game, el sindicato amenazó con sumarse a otro gremio a menos que los equipos empezaran a sentarse a negociar con ellos. El jugador promedio cobraba menos de 8.000 dólares anuales, y no tenía ningún tipo de pensión o seguro médico.
Pero el gran momento fundacional de esta institución se dio en 1964, durante, cuándo no, otro Juego de las Estrellas. Este iba a ser el primer evento de este tipo televisado y la idea era que fuera una vidriera para que la joven liga pudiera vender el deporte, sus figuras, su inigualable show, a todo el país.
El sindicato se encontraba desde hacía tiempo en tratativas con la liga, pero habían llegado a un punto a partir del cual no podían avanzar. Así que tras la negativa del comisionado de la NBA de sentarse con ellos, los jugadores votaron, en el vestuario y poco antes del horario de comienzo del juego, declararse en huelga. Se negaban a salir al campo a menos que fueran reconocidos.
Era cuestión de tiempo para que una liga compuesta, en su mayoría, por deportistas afroamericanos se tomara realmente a pecho algo como la violencia sistemática ejercida por las fuerzas policiales para con las distintas minorías.
A partir de allí, la debacle. Red Auerbach, técnico, GM, amo y señor de los Boston Celtics, el equipo más dominante de su era, entró a insultar a sus jugadores. El dueño de los Lakers amenazó al afroamericano Elgin Baylor a través de un policía, y cuando Jerry West salió a defender a su compañero, su “jefe” le espetó que si no jugaba aquella noche él se encargaría de que nunca más pudiera jugar al básquet en ningún lado. Para poner las cosas en perspectiva, el logo de la NBA, esa famosa figura de un señor picando una pelota de baloncesto, fue hecho utilizando la efigie de Jerry West. El propietario del equipo de Los Angeles amenazó al eventual, y ¡literal!, símbolo de la competencia con dejarlo fuera del deporte para siempre.
Sobre el filo del inicio del partido, ya pactado con las televisoras, el comisionado debió dar el brazo a torcer, reconociendo finalmente a la NBPA como único y legítimo representante de los jugadores.
Con el correr de los años esto se tradujo en todos los beneficios laborales que podían encontrarse en muchos otros rubros, pero a los que los basquetbolistas no tenían acceso: pensión, seguro, la posibilidad de elegir dónde firmar una vez que finalizaban su contrato (antes estaban atados a la voluntad de los dueños de renovarles todas las veces que ellos quisieran), y una participación fijada de antemano a través de un Convenio Colectivo (CBA por sus siglas en inglés) de los ingresos generados por la liga en su conjunto. El porcentaje que le corresponde a los jugadores ha ido variando, pero en general ronda el 50% del dinero que la NBA produce.
56 años después, la herramienta usada con éxito en aquel momento vuelve a ser el recurso definitivo a la hora de “ponerse serios”.
Y es que no había otra opción.
Decir basta
Era cuestión de tiempo para que una liga compuesta, en su mayoría, por deportistas afrodescendientes se tomara realmente a pecho algo como la violencia sistemática ejercida por las fuerzas policiales para con las distintas minorías. Y no es casualidad tampoco que el tema explote en medio de una campaña presidencial donde uno de los bandos, aquel que está en el poder, tiene un pie y medio dentro de distintos grupos supremacistas blancos que abundan en los Estados Unidos.
Y esta problemática termina cruzándose con una que, gente más instruida que uno, suele decir que atraviesa todos los temas de la vida. Hay un viejo chiste de Chris Rock que creo que solamente funciona en inglés, pero vamos a tratar de traducir. El comediante dice que hay que diferenciar entre la gente con plata (“rich people”) y la gente rica (“wealthy people”). Según Chris Rock, Shaquille O’Neal (el entonces jugador de básquet), tiene plata. El que paga su sueldo es rico.
Prácticamente no hubo franquicia que no sacara comunicados apoyando a sus jugadores en las protestas y repudiando la violencia policial. Mientras tanto, sus dueños continuaban financiando a los mismos que hoy perpetúan ese tipo de políticas.
En la última década, gracias a nuevos contratos de televisación, los valores de las franquicias se han multiplicado como nunca antes. Los propietarios de las mismas son multibillonarios, empresarios inmobiliarios o del campo de la tecnología, con niveles de riqueza y poder en el deporte tan solo comparables con los estados de Medio Oriente que deciden invertir en el fútbol inglés o francés.
Vayan a averiguar a qué partido político, a qué campañas electorales decidieron donar fondos la mayoría de los dueños de la NBA en 2016. Ese mismo año LeBron James, tal vez el mejor jugador de todos los tiempos, participaba en un acto de campaña de la candidata demócrata Hillary Clinton. Casi al unísono, distintos medios anunciaban que Dan Gilbert, propietario de los Cleveland Cavaliers en los que James jugaba, había hecho una donación millonaria al partido republicano. Gilbert volvió a donar más adelante 750.000 dólares para la inauguración de la administración Trump, y a cambio recibió beneficios impositivos reservados para el equivalente estadounidense de PyMES
La asimetría de fuerzas, incluso cuando ponemos en la balanza al jugador más famoso, talentoso, influyente y de mayor poder financiero, sigue siendo realmente impactante. LeBron, el héroe local nacido y criado en el Estado de Ohio, y quien había llevado a su equipo a una de las mayores hazañas de su historia al vencer a los todopoderosos Golden State Warriors, hizo campaña por Hillary Clinton. Pero en Ohio ganó el candidato apoyado por el billonario que le pagaba el sueldo.
Es esta, la otra cara de la dinámica, a la que comienzan a apuntar los jugadores. Todas esas críticas que le llueve al anunciar la huelga (“No van a cambiar absolutamente nada”, “Es al pedo, solamente para caretearla”) no tienen en cuenta que ellos tienen, a partir de movidas como esta, la posibilidad de hacer que los dueños den un paso adelante y los apoyen o terminen de mostrar sus cartas de una vez y por todas.
Prácticamente no hubo franquicia que no sacara comunicados apoyando a sus jugadores en las protestas y repudiando la violencia policial. Mientras tanto, sus dueños continuaban financiando a los mismos que hoy perpetúan ese tipo de políticas.
La asimetría de fuerzas, incluso cuando ponemos en la balanza al jugador más famoso, talentoso, influyente y de mayor poder financiero, sigue siendo realmente impactante.
Tal vez la temporada se suspenda, tal vez los jugadores empiecen a hacer demandas cada vez más concretas. Tal vez exijan a los propietarios, aquellos que se llevan el otro 50% de los ingresos de la liga y que tienen la posibilidad de hacer caja vendiendo el equipo siendo que su valor se multiplicó de forma descomunal, que los acompañen o se muestren como lo que no quieren ni pretenden dejar de ser: el enemigo.
O tal vez no pase nada de esto y la temporada continúe. Tal vez en diciembre o enero arranque la próxima campaña sin ningún tipo de bache en el medio, tal cual la NBA quería. En el caso de que sea así, espero que ni jugadores ni periodistas vuelvan a llenarse la boca hablando de Muhammad Ali y como el boxeador fue el deportista más importante de la historia. Ali, en y por su lucha política, estuvo sin pelear durante tres años y medio. Tres años y medio del mejor momento de la carrera de uno de los mejores boxeadores en alguna vez subirse al ring, puf, desaparecidos, nunca más vistos, nunca capitalizados, nunca más apreciados por nadie. Y ese sacrificio, enorme, abismal, imposible de cuantificar, fue consciente. Porque, a fin de cuentas, la militancia sin sacrificio es solamente relaciones públicas.
–
David Fernández Vinitzky es licenciado en Ciencias Políticas, autor de “Showtime, una guía a los mitos del básquet” y productor de JPV Podcast.
Artículo publicado originalmente en La Vanguardia Digital.