En Argentina, el debate político está en todas partes: las redes sociales, los medios de comunicación, las conversaciones en la sobremesa. Sin embargo, hay algo que pasa desapercibido para quienes viven inmersos en esta burbuja de opinión constante: no todos están pensando en política. De hecho, un porcentaje significativo de la población probablemente no esté al tanto ni le importe demasiado lo que dijo tal o cual dirigente, ya sea un mensaje de Cristina Fernández de Kirchner, un anuncio de Javier Milei o una declaración polémica de Patricia Bullrich. ¿Por qué sucede esto? Porque la mayoría de las personas están ocupadas viviendo su vida.
La cotidianeidad tiene una fuerza gravitatoria que arrastra nuestras preocupaciones hacia el aquí y ahora: el trabajo, el alquiler, los hijos, la salud, los afectos. Para muchos, el análisis de los vaivenes políticos resulta irrelevante frente a la urgencia de pagar las cuentas o encontrar tiempo para descansar. Esto no implica apatía ni ignorancia, sino una jerarquización de prioridades completamente lógica. Cuando el día a día ya es un desafío, dedicar tiempo a comprender las complejidades de la política nacional o internacional se vuelve un lujo que no todos pueden permitirse.
La clase política y quienes están profundamente politizados suelen tener dificultades para comprender esta desconexión. Desde su perspectiva, cada mensaje, cada gesto, cada acción tiene un peso monumental, capaz de movilizar a las masas o transformar el rumbo del país. Pero este análisis falla en reconocer que, fuera de ese microcosmos, muchas personas no ven en esos gestos un impacto inmediato en sus vidas.
Esta desconexión no debería preocuparnos. Al contrario, es un reflejo de cómo funciona la vida misma. No todos tenemos que ser analistas políticos. La democracia permite precisamente eso: que podamos delegar en representantes las decisiones que no queremos o no podemos tomar personalmente. En un año electoral como el que recién comienza, la verdadera preocupación debería surgir cuando la indiferencia se transforma en desconfianza total o en abandono de la participación más básica, como el voto.
Por otro lado, es interesante reflexionar sobre cómo esta desconexión impacta en el propio sistema político. La clase dirigente, al operar bajo la suposición de que todo el mundo está pendiente de sus movimientos, corre el riesgo de gobernar para una minoría activa y vocal, ignorando las necesidades y demandas de quienes no hacen ruido pero constituyen la mayor parte del electorado. Esto también explica por qué muchas medidas o discursos parecen desconectados de la realidad cotidiana: se diseñan y comunican pensando en la repercusión inmediata, no en su impacto real.
Quizá el verdadero desafío para la clase política sea aprender a escuchar lo que no se dice. En lugar de preocuparse por viralizar una publicación en redes o ganar una pulseada mediática, deberían enfocarse en cuestiones que realmente cambian la vida de las personas. Porque si bien es cierto que mucha gente no está pensando en política, todos están pensando en su vida. Y esa, en definitiva, es la única agenda que importa.
Alejandro Iuliani es periodista, actor y director teatral; editor del diario digital El Tigre de Papel y director de Radio X, de Villa Constitución (Santa Fe), emisora integrante de Cadena Regional.