¿Qué sería del mundo sin las vacunas? | por Alejandro Drucaroff Aguiar

Opinión

“Lo que hoy sucede con el coronavirus es la muestra más clara de lo que sería un mundo sin vacunas“. Palabras más, palabras menos, esta frase escuché ayer en labios de uno de los muchos médicos que hoy hacen un constante esfuerzo por difundir la gravedad de la pandemia y la urgente necesidad de respetar las medidas de aislamiento. Una frase que parece obvia pero no lo es porque, justamente, define con precisión algo tan obvio que nunca debió haber sido motivo de debate y, sin embargo, lo es. Y lo es como nunca antes gracias a los movimientos antivacunas que están poniendo en jaque la salud de millones de personas.

Hoy, cuando el mundo ruega una vacuna contra el coronavirus y descuenta los meses hasta que por fin llegue, tenemos algo que subrayar: si hay un avance científico que no puede discutirse son las vacunas. Tienen el tremendo mérito de haber logrado prevenir, y hasta erradicar, enfermedades que cada año se cobraban millones de vidas. Son un instrumento, un recurso, que cambió la historia de la salud humana, desmoronando las cifras de mortalidad y discapacidad derivadas de muchas patologías en todo el mundo.

¿Cómo se explica, entonces, que existan grupos de personas que pretenden luchar contra las vacunas y desconozcan algo tan elemental y evidente? ¿Cómo podrán justificar sus “banderas” anticiencia cuando el mundo hoy implora una vacuna que frene la epidemia del Covid-19 y busca medidas “paliativas”, como las cuarentenas generalizadas, a la espera de que ese “milagro” llegue?

Males como el sarampión y la rubeola, superados hace muchos años, han vuelto a registrar brotes significativos en países que lo habían erradicados y, según la Organización Mundial de la Salud y los más prestigiosos organismos científicos, la única explicación es la negativa de un creciente grupo de personas a vacunar a sus hijos.

Quizá semejantes conductas tengan que ver con uno de los mayores peligros que, desde siempre, amenaza a la humanidad: la estupidez, tantas veces asociada a la soberbia y, casi siempre, dañinas no sólo para quien la “porta” sino también para todos aquellos que conviven con el estúpido y, al fin y al cabo, para la sociedad toda.

Hoy, cuando el mundo entero espera con ansiedad, angustia y esperanza la vacuna contra el Covid19, los que se oponen a las vacunas deberían reflexionar sobre la gravedad de los daños que se causan y nos causan.

En días en que la pandemia amenaza la humanidad y promete ensañarse con los más vulnerables, hay actitudes que hoy podemos emparentar con los “antivacunas”, sobre todo en lo que tiene que ver con la capacidad de daño, la ignorancia y la falta de empatía y responsabilidad con el otro: hablamos de los que violan la cuarentena o los que corrieron a las playas como si se tratara de unas vacaciones inesperadas, entre otros tantos que no terminan de entender que estamos ante un enorme problema de salud pública.

Como bien dicen los expertos, cada uno de nosotros es la vacuna si respeta el aislamiento. De lo contrario, cada uno se convierte en un potencial agente transmisor del virus cuando sale a la calle y viola las recomendaciones de los que buscan evitar la tragedia de miles de muertes.

A veces, la realidad nos confronta con nuestras inmensas limitaciones. Nos obliga a ser humildes y a asumir que llegamos hasta aquí sólo por ser parte de una humanidad cuyos extraordinarios logros se basan en el esfuerzo conjunto y la solidaridad.

Esta pandemia nos llama a reflexionar y a comprender que los peores horrores son consecuencia de la miseria humana, del egoísmo extremo y de la estúpida -muy estúpida- creencia en la salvación individual.

Estamos a tiempo. Sabemos que en toda crisis hay una oportunidad: quizá, entre otras tantas durísimas lecciones, la pandemia actual del coronavirus nos enseñe que las vacunas son importantísimas, que son un derecho individual y deber social, y que la humanidad avanza “en equipo”, toda junta, aunando corazones y acciones detrás de lo único que nos salva: el bien común.

Alejandro Drucaroff Aguiar. Abogado español, especialista en ética pública.

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