Desde hace algunos años se produjo la consolidación de la figura de Martín Miguel de Güemes, llegando a su clímax con la Ley del año 2016 que instaló el Feriado Nacional, pero continuando en estos días con la inminente aparición del prócer en la versión del billete de 200 pesos, en una buena dupla con Juana Azurduy. Lejos de los ámbitos de decisión, pero cerca de la política, la provincia de Salta, ha visto rodar un culto güemesiano que cuenta ya con muchas décadas de sedimentación. Esta fecha del 17 de junio que nuevamente nos convoca en el presente, incluso es evocada con fuerza desde hace décadas en la provincia de Jujuy y hasta en Tarija, en aquel departamento de Bolivia con tantas raíces unidas a nuestro suelo.
Pero los cuadernos que garabatean al prócer, los actos escolares y discursos sobre el héroe de guerrillas, ya no nacen únicamente en el suelo septentrional del país. Los años recientes han marcado una evidente y exponencial nacionalización de un culto cívico que antes tenía un aroma regional. Se trata de un fenómeno llamativo, y tal vez de cierto afán aún incompleto por federalizar la historia y sus exponentes. No es sencillo impulsar a un líder y “convertirlo”, en billete o monumento, y menos aún obtener que ese reconocimiento tenga un contorno nacional, que permita aunar, aunque sea de momento los sentimientos desde Ushuaia a la Quiaca, atravesando fronteras, pujas partidarias, clases sociales y desconciertos económicos.
Lo que se logró para el caso de Salta puede medirse también por comparación. Precisamente los intentos hasta ahora infructuosos de los partidos políticos de Tucumán por dar a conocer a su caudillo local (Bernabé Aráoz), o el reciente intento jujeño por lograr un feriado nacional para el Coronel Manuel Arias, muestran por su contraste que lo conseguido por el caudillo salteño es sin dudas ejemplar. De alguna manera, además de su innegable participación en las guerras de independencia, se ha convertido en una figura de la Argentina profunda, dispuesta por momentos a ubicarse en un podio similar al que Manuel Belgrano y José de San Martín ostentan en el reconocimiento y el cariño colectivo.
Sin embargo, no siempre la visión del líder carismático fue de signo favorable, y aquí hay que recordar tanto la crítica de quienes lo acusaron en vida, como también los cuestionamientos que afloraron una vez ocurrida la muerte del gobernador salteño, producto de una violenta incursión realista del año 1821. Buena parte de la élite salto-jujeña lo despreciaba en vida, y algunos de ellos tramaron y celebraron su muerte, perpetrada por el general español Olañeta, en el sitio salteño denominado La Cañada de la Horqueta, tras días de agonizar por los balazos enemigos. Estos sectores opuestos al gobernador salto-jujeño se auto-denominaban “Patria Nueva”, y se enfrentaban al proyecto igualitario que representaba Güemes en la región.
La importancia de este reconocimiento en cierta manera “tardío” y no exento de dudas, se vincula con la posibilidad de restituir a Güemes, pero también a sus infernales o gauchos, el lugar real que tuvieron, logrando asimismo visibilizar el aporte a la patria ocurrido en distintos pagos, algunos de ellos lejanos respecto a la actual capital argentina.
Defender al pueblo, al pago chico y a sus habitantes, es en ese sentido defender la soberanía de la nación, como ocurrió con batallas claves como la de Tucumán en 1812, y la de Salta en 1813. No es necesario en ese sentido que nuestra mirada histórica se pose solamente sobre los procesos ocurridos en un solo lugar del país, sino en cada rincón de nuestra ansiada tierra, construida cada día, con cada ritual colectivo. Es que, en uno de sus escritos más célebres, Jorge Luis Borges expresó con claridad la idea de que un héroe es en realidad un arquetipo colectivo. Así lo rezan las primeras palabras de su Oda escrita en 1966, en el contexto patriótico del Sesquicentenario de la Declaración de la Independencia: “Nadie es la patria. Ni siquiera el tiempo, cargado de batallas, espadas y éxodos. Nadie es la patria, pero todos lo somos. Arda en mi pecho y en el vuestro, incesante, ese límpido fuego misterioso”.
En Argentina, como en cualquier comunidad imaginada, la memoria es una arena de disputa, una braza siempre encendida, un último grito que busca tener la razón. Un ejemplo claro es el importante empuje de los movimientos sociales en incluir mujeres en el “panteón nacional”, siendo tal vez Juana Azurduy la figura más significativa, como lo muestran los recientes cambios en los billetes y sus denominaciones. Vivimos a los próceres con la misma intensidad e impulsividad con la que experimentamos la vida urbana: grafitis contestatarios, relocalización de monumentos, panelistas que discuten a Domingo F. Sarmiento por T.V los gobiernos pasan y las disputas parecen reciclarse y resurgir desde nuevos ángulos, con lecturas liberales, revisionistas, de izquierdas, o con alguna combinación de estos idearios.
En este caleidoscopio o maremágnum cambiante, Martín Miguel de Güemes, principalmente luego de decretarse la fecha de su muerte como feriado nacional en el año 2016 por el decreto 1.584, goza ahora sí de un crecimiento meteórico de su figura, pero veremos que esta historia tuvo sus zigzagueos.
Resistir adversarios, resistir al olvido
Precisamente la pelea personal contra el olvido, o bien la apelación a la eternidad y sus laberintos, son temas que han intrigado a la literatura, pero también son un fuego ardiente para la militancia acerca de los usos y funciones del pasado. La figura del propio Güemes, según lo explica una de las especialistas más destacadas, la Dra. Sara Mata, es inentendible si no ubicamos la movilización de campesinos ocurrida previamente en el Valle de Lerma, tras el triunfo del Ejército Auxiliar del Perú en Salta en 1813, contingente social que fue la base de sus futuros gauchos.
Sus biógrafos nos recuerdan que el futuro líder había nacido en Salta en 1785, de madre jujeña y un padre español que gozaba del prestigio de disponer un importante cargo en la Real Hacienda, dependiente de la corona española. Sus orígenes fueron más bien aristocráticos, tal como siempre lo subrayó la historiografía más tradicional de Bernardo Frías a principios del siglo XX. Lo significativo no es tanto su propio origen, sino el proceso de militarización y guerra, que transformó para siempre al cono sur americano, generando una adhesión del joven Güemes a las nuevas ideas, primero en su accionar durante la defensa del territorio en las Invasiones Inglesas, sumado luego a su ingreso en el Ejército Auxiliar del Perú, en donde aprendió las destrezas militares de su tiempo. En esta última fuerza, conocida también como Ejército del Norte, descolló en Batallas como Suipacha, o en acciones valientes que tuvieron sitio en la Quebrada de Humahuaca, por nombrar solamente algunas de sus proezas. También le tocó en suerte beber el sabor amargo de los desencuentros, principalmente el altercado con figuras como Manuel Castelli y aún con el propio Manuel Belgrano, con quien luego tuvo algunos acercamientos en un vínculo más bien difícil. Historiadores como Bartolomé Mitre han destacado el aporte de Güemes, pero no les ha resultado fácil relatar las tensiones con algunos de los líderes principales de la revolución y la independencia.
La explicación de esas fisuras, no se originaba en simples líos de mujeres, como afirmaba la antigua historiografía salteña y jujeña, sino que se vinculaba como sostiene Sara Mata con la enorme transformación de un campesinado que comenzó desde 1814 a reclamar acceso a la tierra, y con la desconfianza que generaba en Buenos Aires el crecimiento de esta fuerza local. Es que el acceso de este caudillo a la gobernación, trajo aparejados beneficios para sus “infernales”, particularmente evitar el pago del arriendo de las tierras mientras dure la resistencia contra el español, medida que causó descontento entre la elite local. El llamado “Sistema Güemes” o “Guerra de Guerrillas”, entre 1814 hasta su muerte en 1821, implicó que familias humildes de soldados accedieran al fuero militar, es decir a ser juzgados por sus conocidos jefes del ejército, quienes en muchos casos los favorecieron y evitaron así las injusticias que la justicia ordinaria solía tener para con los gauchos. Su guapeza fue resistir más de 7 entradas de los peninsulares en la accidentada geografía salto-jujeña, con una formación heredera del paso de varios de estos soldados por los ejércitos profesionales de la revolución, pero también fue fruto de tácticas y picardías nacidas de las tácticas informales de la guerrilla. No podría haber independencia, ni paso de San Martín por los Andes, si el territorio septentrional no estaba suficientemente cuidado por estas familias bien movilizadas, aún con sables y uniformes corroídos por el paso del tiempo.
Su propia hermana, Macacha Güemes, fue fundamental también para preparar los uniformes, armar las guerrillas, arengar a la tropa, e incluso en ocasiones para mediar en las mencionadas desconfianzas del poder central, como ocurrió en la disputa entre el General Rondeau y Martín Miguel de Güemes, herida que logró sanarse a partir del Pacto de los Cerillos de 1815. Es que esta gloriosa década revolucionaria, marcó la piel de aquellos campesinos que comenzaron a exigir un trato diferente, gozosos de una disciplina militar que creaba lealtades y beneficios nuevos, bajo la protección de un líder nacido en la élite, pero con aspecto y modales que unificaban por vía de la apelación a la tierra y a los valores revolucionarios.
Polémico entonces por su destrato a ciertos líderes de Buenos Aires, de aspecto y barba gauchesca, pero de origen patricio, Martín Miguel de Güemes supo despertar una afinidad que fue creciendo tras su muerte, aunque no en forma inmediata. El monumento en su honor, que aún hoy se luce, fue inaugurado por el gobierno de facto de José Félix de Uriburu, en 1931, quien resaltó una lectura tradicionalista y aristocrática del antiguo gobernador salteño, en tiempos de interrupción democrática. Posteriormente, poetas, agrupaciones gauchas que hoy se cuentan de a cientos, y distintos sectores ya no solo salteños sino nacionales, han contribuido en erigir una figura enigmática que se mueve a medio camino entre la historia, la épica y el mito.
Facundo Nanni es doctor y profesor de historia, investigador del CONICET e integrante de la Junta de Estudios Históricos de Tucumán.
Artículo publicado originalmente en el diario La Capital, de Rosario.