Quien depende económicamente será menos escuchado políticamente y se tornará más dependiente. Es tiempo de romper este ciclo.
“Todas las ruedas se inmovilizan cuando tu brazo fuerte así lo quiere”, se decía hace un tiempo en una canción de la Unión General de los Trabajadores Alemanes.
El riesgo creciente de que quienes tienen mayor edad caigan en la pobreza, la injusticia del sistema Hartz IV ((Hartz IV es el nombre coloquial del Arbeitslosengeld II, una ayuda social que concede el gobierno alemán a las personas que no tienen unos ingresos mensuales mínimos para subsistir NdT), la disputa sobre los seguros para los jubilados: finalmente discutimos sobre de qué se trata todo esto. Este el problema de la distribución del ingreso y el escándalo de la desigualdad social creciente. Las diferencias obscenas entre el pobre y el rico se dan a nivel planetario, pero también en Alemania. La erosión de la clase media, el crecimiento del número de afectados por la pobreza, desplazados y gentrificados. La seguridad económica y social se convierte en un bien cada vez más escaso.
La división de nuestra sociedad se refleja también en la evolución de los salarios y en la estabilidad de los empleos. Más de un tercio de los alemanes, y también de los europeos activos, trabajan en empleos precarios y mal pagados. La nueva clase de trabajadores y trabajadoras que apenas pueden vivir de su trabajo, deben mecerse de un trabajo al otro y en el entretanto vuelven a caer siempre en la desocupación, lo que ha pasado de ser un fenómeno marginal a convertirse en un fenómeno ampliamente extendido. Auto-empleados, empleados de medio tiempo, y empleados de mini trabajos son la nueva norma, forman un grupo creciente de personas que disfrutan de menos seguridad social y tienen apenas algunas perspectivas laborales.
Ahora bien, podríamos discutir todos estos casos y grupos en términos de problemas pensados aisladamente. Pero no debemos olvidar que se trata del síntoma de una evolución profunda. Finalmente la desigualdad y la precarización no son fuerzas naturales impredecibles sino que tienen una raíz común a partir de la cual crecen. Y puede adjudicarse una clara responsabilidad a una política que es articulada para favorecer a una pequeña minoría contra los intereses de la mayoría de la población.
En última instancia ya no hay un rasgo único característico de los partidos clásicos conservadores y neoliberales, sino que estos últimos pueden verse tanto en los populistas de derecha en ascenso pero también -y lamentablemente- en la socialdemocracia europea y en los errores de la así llamada tercera vía, que no sólo está por la desregulación de los mercados de trabajo y financieros sino que además los han impulsado, como lo hicieron Clinton, Blair y Schröder. Y el fantasma aún acecha, si se mira a Francia o Austria, a Macron y Kurz, que también intentan celosamente destruir las conquistas sociales.
¿Cómo puede explicarse esta evolución? La respuesta a esta pregunta puede dar lugar a una malinterpretación y al abuso, y no sólo a causa del odio de clases que se extiende. No es nada nuevo que -en Alemania- la participación electoral de personas socialmente bien ubicadas se ubica hasta el 40 por ciento por sobre los económicamente perjudicados. Estos últimos, a cuyo costo transita la política, son aquellos que influyen menos por su situación desventajosa.
Pobreza y frustración política, la gallina y el huevo
De ahí que quien necesita de manera urgente de una representación política fuerte está subrepresentado en los resultados electorales. La voz de la nueva clase de los trabajadores y las trabajadoras tiene menos peso, menos influencia y es menos escuchada. Ahora bien: ¿cómo debe incorporarse a la política quien ha trabajado como una bestia por salarios bajos, cómo debe leer los programas de los partidos, cómo debe este sujeto tomar parte en las discusiones y volverse activo?
Hay resistencia, aun cuando por momentos es confusa y en gran medida no tiene una agenda clara, como es el caso de los chalecos amarillos en Francia en los que participa una amplia franja de la población. Lo que le falta a este movimiento -y lo vuelve propenso a ser utilizado por la extrema derecha-, es la conciencia de ser una clase. Un comienzo podría ser la toma de conciencia de que todos son afectados por la misma dinámica divisoria. Esto haría válida su proyección política y la promoción de su organización: en los almacenes de los grandes vendedores de internet, en los talleres digitales de los trabajadores masivos o en aquellas cafeterías urbanas, en las que empleados precarizados pasan sus tiempos libres no pagados.
Veronika Bohrn Mena. Sindicalista, experta en empleos atípicos. Ha publicado su libro ‘La nueva clase de trabajadoras y trabajadores’ en octubre de 2018.
Este artículo ha sido originalmente publicado en Der Freitag, edición 05/2019 del 31 de enero de 2019. Traducción: Héctor Oscar Arrese Igor.