Pandemia ¿renacerá el humanismo? | por César Giraldo

Opinión

El virus covid-19 le ha recordado a la humanidad que tiene depredadores naturales y que debe activar sus mecanismos de defensa, como cualquier otra especie animal sobre la tierra. Unos mecanismos son naturales, producto de las defensas construidas por nuestros cuerpos, como resultado de la evolución. Otros racionales, en la medida en que de forma científica tratamos de descifrar el comportamiento del virus para crear las vacunas y los medicamentos que lo controlen. Si la humanidad fracasara en los dos campos sería asolada, como pasó con los nativos de América cuando llegaron los conquistadores con enfermedades que ni sus cuerpos, ni su medicina, habían conocido.

Pero entre el virus y nosotros están las instituciones, y las relaciones sociales. Esas relaciones son globales, pero también tienen expresiones a nivel nacional, y por eso la respuesta frente a la crisis es distinta en cada país. La humanidad a través de la historia ha sufrido el ataque de diferentes pandemias, que antes se llamaban pestes. Entre muchas se destacan la peste negra de mediados del siglo XIV, y en el siglo XX la llamada gripe española, el Sida y el Ébola. En la actualidad (2020) se tiene el covid-19. Estas enfermedades han sido causadas por virus y bacterias, para quienes simplemente somos unos seres vivos sobre los cuales procuran reproducirse.

Cuando apareció la peste negra las instituciones, y las relaciones sociales y culturales, estaban marcadas por el trabajo servil y visión religiosa del mundo. Sin embargo, las consecuencias de La Peste subvirtieron ese orden. Habría que ver si la pandemia del covid-19 subvertirá el orden mercantil y el individualismo del mundo contemporáneo.

Peste Negra: de lo divino a lo humano

Comenzando con la experiencia de la peste negra, la práctica médica de entonces en su mayoría era llevada a cabo por clérigos y estaba mediada por creencias religiosas y supersticiones. Algunos médicos laicos comenzaron a hacer la disección de cadáveres (procedimiento prohibido por la iglesia) buscando entender la causa de la enfermedad. En Florencia un médico seglar, Francesco Gerini, que a la vez era farmacéutico, comenzó a realizar este procedimiento a escondidas, el cual comenzó a ser seguido por otros colegas, que se animaron a hacer investigaciones anatómicas, y a adoptar la farmacología práctica para buscar las curas efectivas.

Se entendió que la enfermedad era contagiosa, y que ese contagio se daba por las miasmas, que son las emanaciones fétidas que brotaban de la suciedad y los cuerpos en descomposición. Las miasmas dejaron de tener la connotación de espíritus maléficos, y comenzaron a ser consideradas como elementos transmisores de la enfermedad, aunque hoy se sabe el agente real fueron las pulgas alojadas en las ratas. Se consideró que era necesario adoptar prácticas de higiene, y crear instituciones seglares que velaran por ello. En 1348 en Florencia y Venecia se crearon las Juntas de Sanidad, cuya tarea era “considerar diligentemente todos los medios posibles de mantener la salud pública y evitar la corrupción del medio” (Martínez, 2008). Ello hizo que fuera la autoridad política seglar (no la religiosa) quien asumiera la responsabilidad de resolver el tema de las basuras y las aguas negras, y que a su vez obligara a la cuarentena de los enfermos. Este modelo se fue extendiendo en las ciudades europeas en los siglos XIV y XV (Carballeda, 2014, cap. 1).

En la cultura religiosa de la época se consideraba que la enfermedad era un castigo divino y que había que curar primero el alma antes que el cuerpo. Había que restablecer el vínculo con Dios. La peste se veía como un castigo divino por los terribles pecados cometidos por la comunidad, pero las terapias de la iglesia para conjurar la enfermedad no sirvieron para nada. La enfermedad avanzó a pesar de los rezos, liturgias, las penitencias, la autoflagelación de los cuerpos, y las procesiones. La gente le retiró el respeto a la iglesia y a los clérigos, y cambió la actitud frente a la muerte y la vida. Esto se aprecia en El Decamerón de Bocaccio (sobreviviente de la Peste Negra), donde se burla de los clérigos y expone una visión profana del ser humano, destacando la sensualidad, la fortuna y la malicia. La obra refleja la cultura popular que surgió en ese momento, una cultura que subvirtió los valores tradicionales medievales ascéticos y represivos.

La muerte y la vida se desacrarizaron. En el mundo medieval la muerte era el tránsito a otra vida regida por la felicidad infinita del cielo, o por el castigo eterno del infierno. Ante la mortandad de la pandemia, la muerte apareció como algo imparcial, como una ley que se aplicaba a todos los seres humanos sin distingos de clase o jerarquías. Como señala García (2015) “en la neutralidad de la muerte el hombre toma conciencia de sí mismo en tanto hombre, y no en tanto cristiano”. La muerte adquirió el significado de la tristeza por la pérdida de los placeres terrenales y la vida se tornó en una experiencia individual. Ese es el espíritu que da génesis al Renacimiento, cuando la visión teocéntrica medieval comenzó a ser reemplazada por una visión del mundo más antropocéntrica, en la que el ser humano y los avances científicos se convirtieron en una nueva forma de abordar el mundo.

Se gestaron cambios en la cultura, en las ciencias, en lo social y en lo económico. El modelo de aristocracia rural basada en la servidumbre entró en crisis por la escasez de mano de obra, y debió aumentarse la remuneración al campesino, pagando jornales en dinero. Los señores feudales tuvieron que bajar los arriendos de la tierra y los hombres de negocio introdujeron nuevas técnicas en la agricultura. Se valorizó el trabajo manual despreciado en la edad media, y la burguesía comenzó a acumular capital.

La peste aceleró el cambio social, político, y cultural que se estaba gestando, lo que facilitó la descomposición del régimen feudal. Se erosionó la servidumbre feudal, se debilitó la nobleza, y la visión de la vida se volvió más profana. Esta experiencia histórica ¿se puede extrapolar a mundo contemporáneo, frente a la pandemia del Covid-19?.

De lo humano a lo mercantil

La medicina contemporánea hoy se basa en la evidencia científica, y ello hay que reivindicarlo como un reconocimiento de los médicos del siglo XIV, muchos de los cuales dieron su vida en la batalla contra peste y contra las supersticiones que alejaban la práctica médica de la experimentación. Pero ahora el cientifismo es invocado por unos nuevos sacerdotes, que se amparan con un manto de tecnocracia, haciéndonos creer que el orden mercantil es el orden natural, y que los seres humanos somos individuos que debemos buscar nuestra propia realización en la competencia del mercado.

La vida se mercantilizó como lo recuerda Polanyi. El ser humano debe vender por un precio su fuerza de trabajo para garantizar su reproducción biológica y social. La naturaleza, fue dividida, loteada, y a cada pedazo de tierra se le puso un precio. Dice Esping-Adersen (1993) “Como mercancías las personas son prisioneras de fuerzas que escapan a su control; la mercancía se destruye fácilmente por contingencias sociales menores como la enfermedad o por acontecimientos a gran escala como el ciclo económico”. (pág. 59). Y señala el autor que para evitar que la “mercancía” llamada trabajo se destruyera, y con ello el propio capitalismo, se crearon instituciones de protección social no mercantiles, sin ánimo de lucro, tales como el seguro social, la asistencia pública y los códigos laborales proteccionistas.

Eso cambia con el neoliberalismo, que introduce la lógica mercantil a las instituciones de la protección social, que se expresa, en la privatización de los sistemas y en la flexibilización de los códigos laborales. Se mencionarán tres aspectos, entre otros muchos. El primer aspecto, los sistemas de salud los países occidentales, en mayor o menor grado, han introducido el ánimo de lucro en la prestación de los servicios. Los servicios de salud se tercerizaron lo que hace que los prestadores tengan baja capacidad de respuesta institucional porque trabajan bajo de lógica de minimizar los costos para aumentar la ganancia de los aseguradores, donde los profesionales están precarizados y reciben poca protección, y donde la salud pública está reducida a la mínima expresión, porque un asegurador paga por evento, no por prevenir. En ese escenario el sistema de salud no puede responder frente al reto que pone el Covid-19, así como la práctica médica no pudo hacer frente a la Peste Negra en el siglo XIV, aunque por razones distintas como se vio atrás.

El segundo aspecto es la flexibilización de los códigos laborales, la cual extendió formas de contratación a término fijo, lo que significa que en la crisis los contratos dejan de renovarse, quedando las personas en la calle y sin ingresos. Al mismo tiempo cada vez son más generalizadas las remuneraciones a destajo, las cuales colapsan cuando el aparato productivo se paraliza.

El vínculo laboral se debilita y la forma principal de generación de ingresos de los hogares transita hacia la economía informal. Esta es la tendencia en el mundo del trabajo de los países occidentales, incluida América Latina. En el trabajo informal el confinamiento para controlar el virus se traduce en una catástrofe económica, porque el encierro significa no poder ejercer el oficio y por tanto dejar de proveer los recursos para el sostenimiento del orden doméstico.

La economía informal es aquella que se ejerce por fuera de las formas jurídicas (de ahí la expresión de informal: fuera de las formas), y por ello debe ser sancionada. Sin embargo, debido a que es un fenómeno generalizado resulta peligroso para el orden político aplicarle a rajatabla el derecho punitivo (como lo señala el código de policía colombiano), de manera que hay que combinar lo punitivo con la asistencia social focalizada. Esa asistencia se dirige a un sujeto social que ha sido creado desde el poder y que ha sido llamado como los Pobres. Este es el tercer y último aspecto.

Pero los pobres contemporáneos son distintos a los pobres de la edad media. En la edad media los pobres debían aceptar con resignación su destino porque “de ellos será el reino de los cielos”, y eran sujetos de la caridad cristiana, la cual le daba réditos en los cielos a quien la ejerciera. Los pobres contemporáneos son los excluidos del mercado, y deben utilizar las ayudas focalizadas como instrumentos para incorporarse al mercado y generar los ingresos que les permitan salir de su condición de pobreza (inclusión social). El mercado también es la vía para hacer una gestión eficiente de la pobreza. Los dispositivos ahora son terrenales, no sagrados, pero el espíritu humanista que se gestó después de la peste negra, ahora se ha convertido en el individualismo maximizador, egoísta y racional del mercado: los pobres deben ser emprendedores, empresarios de su propio futuro a través de proyectos productivos, o acumular capital humano a través de la educación, para que compitan en el mercado de trabajo con otros poseedores de capital humano. Los programas dirigidos hacia los pobres son ejecutados por operadores no estatales (privados), que deben competir por los fondos que se ponen a concurso, generando el mercado de la asistencia social, despolitizando los procesos (Georges y Ceballos, 2014).

La definición de los pobres y los dispositivos mediante los cuales se les canalizan las ayudas son hechos por los “sacerdotes” de hoy, quienes en lugar de invocar las fuerzas del más allá que marcan el destino de los humanos, invocan las fuerzas del más acá, que de forma “objetiva” se expresan en las leyes del mercado, y reivindicando esa objetividad dicen expresar un tratamiento científico de lo social. Ahora la religión del mercado entra a sustituir el espíritu científico de la ilustración de buscar las leyes de la naturaleza. Pareciera ser que lo natural de lo social viene a ser el mercado.

La “tecnología” que se creó, a partir de esta visión para asistir a los pobres muestra sus limitantes con la magnitud de la pandemia del Covid-19. Las ayudas no llegan a todos quienes las necesitan, porque los sistemas de información están basados en la focalización de los beneficiarios. Las bases de datos que se construyen no son útiles cuando se trata de canalizar ayudas universales. Se multiplican los errores de inclusión y exclusión: se incluye a quienes no necesitan la ayuda y se excluye a quienes sí. Las bases no pueden recoger lo que pasa día a día en el mundo de los sectores populares: la gente cambia de residencia, las familias se recomponen, y la situación económica de las personas varía.

De lo mercantil a lo comunitario

Ese individualismo exacerbado desconoce la existencia de la comunidad, la posibilidad de utilizar la dinámica comunitaria para afrontar el problema. Lo comunitario puede ser peligroso para el establecimiento porque puede producir sujetos sociales contestatarios. Pero fue lo comunitario lo que permitió superar la crisis del Ébola en África, un virus mucho más agresivo que el Covid-19 (Alonge et.al., 2019), como lo cuenta la presidenta de Liberia de entonces, Ellen Johnson-Sirleaf, quien hoy es premio Nóbel de paz:

“para combatir una pandemia como aquella del ébola o esta del covid-19, la verdadera respuesta pasa por las personas en el llano. Pasa por los líderes de las comunidades (…) debes reconocer a los líderes comunitarios, a los referentes del sector informal que realmente entienden el lugar y la cultura en que se mueven (…) Debes ir hacia la gente. No alcanza con un mensaje por radio o ser visto por televisión o enviar a tus ministros. ¡Tienes que encontrarte con ellos donde están!”

Fue lo que mostró la experiencia. Es una lección que debe ser rescatada. Hay que empezar por reconocerle a los sectores populares sus iniciativas, liderazgos y procesos organizativos. Sacar la potencia que hay dentro. Como dicen Arango, Jaramillo y Uribe “el éxito de las políticas sociales requiere que estas sean el resultado de un proceso de cocreación entre las comunidades y las instituciones gubernamentales …. implica ir más allá de la imposición de políticas formuladas desde el poder para aplicarlas hacia abajo”. No se puede responder a los reclamos populares con policía antidisturbios. No puede ser que los sectores de la economía informal, que antes eran considerados como violadores de la ley, ahora pasan a ser sujetos de un populismo asistencial a quienes se les regalan mercados para que no se vuelvan clases peligrosas, y se los bombardea con apariciones en televisión de los gobernantes que aparecen como sus salvadores, como pretendieron ser los prelados cuando la peste negra. Fracasaron los salvadores de antes y fracasarán los de ahora.

La Peste permitió cambiar la visión del individuo de un ser insignificante, pecador, y sometido a omnipotentes poderes terrenales y divinos, hacia una visión humanista que liberó al individuo poniendo de relieve los atributos de la naturaleza humana. Esos atributos son negados hoy día por mercantilismo neoliberal, que pretende vaciar al individuo de su dimensión humanista. Para recuperar dicha dimensión es preciso pensar ahora en lo comunitario, que nos permita afirmarnos como especie que habitamos la tierra y que debemos armonizar con la naturaleza.

Son las comunidades quienes conocen y pueden atender las necesidades de las personas, porque en nuestros países carecemos de las protecciones de la sociedad salarial. Hay varios ejemplos de lo comunitario: la acción de la comunidad en el complejo de las favelas de Maré en Río de Janeiro, ante la inoperancia del gobierno de Bolsonaro, los comedores comunitarios en las villas argentinas, o la comunidad en Shivaji Nagar en Mubai (India), o la guardia indígena en el Cauca (Colombia)

Es en la comunidad que se sabe quién necesita ayuda, donde se puede organizar el distanciamiento social teniendo en cuenta las necesidades económicas de cada una de las personas, donde se puede coordinar con la autoridad el diálogo y las ayudas, donde se pueden organizar las cadenas productivas del campo a la ciudad, donde se pueden hacer ollas comunitarias para suministrar el alimento. Y para eso no se necesitan costosas bases de datos. Como dicen en Argentina “para los sectores populares la unidad de aislamiento no es la casa sino el barrio”.

César Giraldo es Profesor de la Universidad Nacional de Colombia.

Fuente: www.sinpermiso.info, 20 de junio de 2020