por Guillermo Oglietti, Mariana Dondo y Diana Solórzano (CELAG)
Tener una moneda común, es un hito indispensable en el camino hacia la soberanía monetaria. La actual arquitectura financiera global, no solo está definida por la vieja hegemonía del dólar, sino también, por la nueva superconcentración sin precedentes de las finanzas internacionales.[1] El actual nivel de concentración del sector financiero global está fuera de escala, no tiene parangón en la historia, es un fenómeno nuevo y los bancos centrales nacionales tendrían que incorporarlo como una de las principales amenazas que enfrentan para cumplir el objetivo de estabilizar las monedas nacionales. Ambos desafíos, la hegemonía del dólar y la superconcentración financiera, implican vulnerabilidades difíciles de superar en forma aislada. De esto se trata el proyecto de la moneda común que están proyectando Brasil y Argentina con miras a extenderse por toda la región. Ante la falta de interés para rediseñar la arquitectura financiera global, el proyecto de moneda común es una alternativa regional en busca de mayor soberanía, seguridad económica y, también, de eficiencia económica.[2]
El camino hacia la moneda común no es breve, pero algunos de sus módulos, como el Sistema de Compensación de Pagos, pueden comenzar a funcionar en cuestión de semanas. El diseño de la moneda común es un elemento indispensable de una nueva arquitectura financiera regional que tiene otros atributos que podrán añadirse paulatinamente.
Los módulos que permitirán escalar el nuevo sistema financiero regional hasta definir una arquitectura financiera autónoma son los siguientes:
Moneda común única o moneda común unitaria
Una de las ventajas de avanzar tardíamente con el proyecto de creación de una moneda común, es que es posible aprender de otras experiencias (y de sus errores). La más relevante de ellas, es el euro. Los países integrantes de la eurozona, resignaron sus monedas nacionales para empezar a compartir una moneda común única, pero como no compartían la misma estructura de mercados, ni disponían de similares acervos tecnológicos y de capital, sino que tenían diferentes productividades, legislaciones laborales y capacidades financieras, el euro terminó siendo una mala idea, y muy difícil de revertir. Las diferencias estructurales se mantuvieron, aumentó la concentración económica en torno a Alemania y las diferencias de bienestar no convergieron y en algunos casos, como Grecia, se ampliaron a niveles dolorosos. En el plano económico, las diferentes productividades se tradujeron en un mayor ritmo de inflación en los países menos desarrollados. En un par de décadas, los países menos desarrollados de la región, los del sur, llegaron a acumular más de 20 puntos de inflación por encima de Alemania, lo que hacía a las empresas en los países más inflacionarios menos competitivas, por no decir inviables. Al resignar sus monedas nacionales, los países menos desarrollados del sur habían quemado las naves de las herramientas monetarias para corregir las diferencias a través del mecanismo sencillo de la devaluación, que permite corregir todos los precios con un solo movimiento, y solo tuvieron a su alcance la única alternativa posible, la de recurrir al mecanismo corrector del mercado, es decir, la crisis, la caída del salario, de la demanda y del nivel de actividad para que el mercado corrija las diferencias de precios e iguale las competitividades al costo del malestar de las sociedades.
Otra experiencia similar la podemos observar en el caso de Ecuador que resignó la soberanía monetaria adoptando el dólar como moneda –lo que en la práctica significa una moneda única adoptada informalmente entre EE. UU. y Ecuador–, que ahora tiene una moneda fuerte como el dólar, pero no dispone de herramientas monetarias para enfrentar las devaluaciones de sus vecinos, sino que depende del endeudamiento externo permanente y de las decisiones de la Reserva Federal que definen la política monetaria ecuatoriana.[3]
Es por estos antecedentes que existe un gran consenso de que la nueva moneda que se está proyectando entre Brasil y Argentina no será una moneda común única, sino una moneda común unitaria, es decir, que convivirá con –y no sustituirá– las monedas nacionales. Los países podrán mantener las ventajas de contar con una moneda soberana y, a la vez, disfrutar de una moneda común que les brindará ventajas adicionales a todos sus integrantes.
El punto de partida: Sistema de Compensación de Pagos
El principal hito en el camino, es la utilización de la moneda común como unidad de cuenta y sistema de compensación central de pagos. Es decir, que se utilice para reemplazar el dólar en los intercambios comerciales entre los países miembros. Esto implica que toda operación comercial entre dos países integrantes, se haría utilizando la nueva moneda, y solamente se demandarían dólares para cancelar el saldo resultante tras un período de tiempo establecido.[4]
El actual intercambio[5] de mercancías entre Brasil y Argentina fluctúa entre los USD 24 y USD 29 mil millones anuales y el de servicios es de aproximadamente USD 1,2 mil millones. Esta sería la nueva demanda con motivos transaccionales que tendría la nueva moneda regional solo a consecuencia del comercio entre Argentina y Brasil. El volumen de demanda subiría a más de USD 100 mil millones si se adhirieran otros países de la región.[6] La demanda de dólares se reduciría a los dólares necesarios para cancelar los saldos deficitarios, es decir, el saldo resultante entre exportaciones e importaciones del comercio bilateral. En un ejemplo concreto, en 2021, las exportaciones de servicios de turismo de Argentina a Brasil fueron de USD 74.3 millones, mientras que se importaron USD 84,1 millones. Entonces, actualmente se demandan 158,4 millones de USD para transacciones de turismo entre ambos países. Esa sería la demanda de la nueva moneda para transacciones, mientras que sólo se requerirán dólares por el saldo de aproximadamente USD 10 millones, equivalente a un 6 % de la demanda actual.
Respecto al diseño del Sistema de Compensación de Pagos, han existido propuestas de gran calado que es necesario repasar para diseñar el funcionamiento del sistema. Keynes, en primer lugar, propuso la creación de una “Unión de Clearing Internacional”, que implicaba la creación de una moneda internacional que denominó “Bancor”. Propuso que los países establecerían el tipo de cambio entre sus monedas y el Bancor (se trataba de una moneda común única). La propuesta involucraba penalidades para quienes tuvieran desbalances significativos en sus cuentas corrientes, ya sean déficits o superávits, y preestablecía mecanismos automáticos y no automáticos de corrección. Por ejemplo, si el déficit excedía una cuarta parte de la suma de sus exportaciones e importaciones anuales, el país tendría que devaluar un 5 % su moneda y pagar un 1 % del monto de desbalance que iría a constituir un fondo común (de propiedad de la Unión de Clearing). Los países superavitarios también tendrían que realizar ajustes sobre la economía real, ya sea elevando salarios, apreciando su moneda, reduciendo sus tarifas, prestándoles a los países pobres o aumentando la demanda interna y, al igual que los países deficitarios, igualmente sufrirían la misma penalidad del 1 % por el desbalance.
Este diseño institucional desacopla la oferta mundial de dinero de reserva y transacción internacional de la moneda nacional de cualquier país. Ninguna moneda nacional sería una moneda de reserva, es decir, que se desdolarizarían las finanzas internacionales y, además, la Unión generaría ingresos por señoreaje y multas que podrían ser utilizados para solventar bienes públicos globales.[7]
Fondo común de reservas y estabilidad macroeconómica
Un Fondo común de reservas y estabilización macroeconómica regional es un instrumento que serviría para brindar asistencia a los países con problemas de balanza de pagos. En cierta medida, cumpliría las funciones que teóricamente debería atender el FMI bajo el diseño original pensado por Keynes, pero respondiendo a los intereses y directrices regionales.
También es un mecanismo que hace a la eficiencia económica. En efecto, hemos visto que el stock de reservas sudamericano suma aproximadamente USD 635 mil millones, es decir, un 17 % del PIB regional. Esta es la inversión de recursos que los países destinan a administrar el valor de sus monedas nacionales y evitar ataques especulativos. Es una inversión necesaria bajo la actual arquitectura financiera, pero muy ineficiente desde el punto de vista del interés nacional, porque los bancos centrales colocan estas reservas en inversiones líquidas de muy baja o nula rentabilidad mientras que tienen que endeudarse a tasas mucho más altas.[8] A consecuencia del mal diseño del sistema financiero actual, el nivel de reservas internacionales en los países en desarrollo aumentó desde apenas el 3 % del PIB en los años 80 a valores en torno al 20 % para los países en desarrollo de renta media y al 9 % en el caso de los países de desarrollo de renta baja.
Sería mucho más eficaz y eficiente si se constituyera un fondo común de reservas que brindase la misma protección, pero permitiese liberar a cada país de parte de estos recursos. Esa acumulación de reservas es la prueba palmaria de que la arquitectura financiera internacional que definió esta globalización podría caracterizarse como el sistema del “sálvese quien pueda” y es por eso, que una administración regional y coordinada de las reservas, similar a la que propuso originalmente Keynes para el FMI, que permita a los países asegurarse frente a la especulación cambiaria y ante desequilibrios transitorios de balanza de pagos, terminaría redundando en un fuerte impulso a la economía regional. El impacto potencial[9] de liberar la mitad de esas reservas, utilizándolas para financiar actividades productivas, sería una multiplicación del PIB regional de entre 8 % de mínima y 40 % de máxima en unos 5 años.
Banco central regional
En las conversaciones sobre el diseño del nuevo sistema monetario se está dialogando sobre la creación de un banco central regional. Debe advertirse, sin embargo, que la creación de un banco central no es una condición necesaria para que exista la nueva moneda y, por el contrario, puede atraer discusiones estériles respecto a su diseño y funciones. Entre las funciones típicas de un banco central destaca la de administrar la política monetaria y el pleno empleo, pero será imposible que pueda cumplir esta función si los países integrantes del acuerdo tienen diferentes estructuras productivas y sus ciclos económicos no están sincronizados.[10] También debe precautelarse la posibilidad de que el Banco Central no adopte la lógica de funcionamiento que habitualmente tienen los bancos centrales, como instituciones donde los intereses de la banca y las instituciones financieras internacionales están sobrerrepresentados en perjuicio del interés común. El antecedente del Banco Central Europeo y su conducta desinteresada respecto al pueblo griego, por citar un ejemplo, son suficientes para elevar las alarmas.
Lo que es indispensable al nuevo sistema monetario es una institución que esté a cargo de la administración monetaria de la nueva moneda, de administrar y constituir sus reservas internacionales, de administrar las tasas de interés y acuerdos de intercambio monetarios con otras bancas centrales del mundo y esto podría ser llevado a cabo por una Tesorería o un Banco regional como el Banco del Sur, sobre el cual ya existen acuerdos regionales disponibles para ponerlo en funcionamiento rápidamente.
Formato y usabilidad
La moneda común podría adoptar distintas formas. Puede ser solo dinero electrónico, pero también podría transformarse en dinero físico o incluso, adoptar la forma de criptomoneda gubernamental, lo que permitiría añadirle transparencia y generar más confianza entre los usuarios y, especialmente, entre los países adheridos. Su uso podría estar limitado al comercio regional de bienes, pero podría ampliarse a servicios como el turismo, lo que fomentaría la aceptación popular de la nueva moneda y la sustitución del dólar. Actualmente, los viajes internacionales implican la demanda de dólares que utilizan los turistas para cambiar en el exterior, porque casi sin excepción, son más bajos los costos de utilizar esta divisa que intercambiar las monedas nacionales directamente. Con esta nueva moneda regional, los costos de transacción para los turistas se reducirían notablemente (fomentando el turismo regional), porque los pagos podrían realizarse directamente con los saldos bancarios disponibles en la nueva moneda a la cotización oficial en cualquier lugar de los países involucrados en el nuevo acuerdo monetario.
Circulación forzosa
El comercio entre los países integrantes del acuerdo tendría que hacerse forzosamente en la nueva moneda, en lugar de ser una opción a disposición de los exportadores e importadores. Tanto para los exportadores como para los importadores, les sería indiferente utilizar el dólar o el nuevo dinero en sus contratos comerciales, porque, los importadores deben pagar sus importaciones en moneda nacional y los exportadores reciben en moneda nacional el equivalente en divisas. Es decir, les es indiferente utilizar divisas como el dólar o el nuevo dinero regional y también les es indiferente cuando realice operaciones a crédito nominadas en la nueva moneda, siempre y cuando la cotización sea estable. De todos modos, como es difícil esperar que modifiquen el hábito de realizar sus contratos en dólares, es conveniente obligar a las partes a utilizar la nueva moneda y dejar su uso opcional en los casos de transacciones con países no integrantes del acuerdo monetario.
Cotización
La valuación del nuevo dinero es uno de los aspectos más críticos que deben definirse. Hasta el momento no existen precisiones sobre cómo se definirá el valor de la nueva moneda. En principio, el valor de la nueva moneda podría estar vinculada a las cotizaciones de una canasta de monedas regionales (emulando el formato del DEG del FMI pero con las monedas de los países integrantes del acuerdo), lo que podría implicar un mayor riesgo cambiario para los usuarios, o podría estar asociado a una divisa como el dólar o a una canasta de divisas representativa de los intercambios regionales (que incluya Renminbi Chino, el principal socio comercial regional), que sería, posiblemente, la opción que brindaría más seguridad macroeconómica, a la vez que daría certezas de estabilidad a los usuarios.
Reserva de valor internacional
Una de las funciones del nuevo dinero regional debería ser la de servir como reserva de valor. En países bimonetarios, como Argentina y Venezuela, donde los ciudadanos incluso emplean el dólar para realizar sus transacciones cotidianas, la nueva moneda podría sustituir al dólar como moneda de reserva. En este caso, tanto la unión monetaria como el país bimonetario serían beneficiados, el primero porque aumentaría la demanda de la nueva divisa y el segundo, porque recoge parte de los ingresos que genera la emisión monetaria.
En particular, las tenencias de dólares en billete de los argentinos acumularían alrededor de USD 260 mil millones en 2022, cifra equivalente a más de medio PIB argentino.[11] Que la nueva moneda regional dispute una parte de esta torta de ahorro, se traduciría en beneficios relevantes para la región y Argentina, que también podría recibir una porción mayor de los ingresos generados por el señoreaje debido a la predisposición de sus ciudadanos a demandar esta moneda. En el caso de que se adopte una moneda electrónica, las autoridades monetarias podrían conocer la ubicación geográfica del dinero y, por lo tanto, distribuir los beneficios del señoreaje que genere el dinero respetando algún criterio de localización de la demanda.
Acuerdos con bancos centrales
Es importante la creación de acuerdos con otros bancos centrales, en especial el Banco Popular de China, país que es el principal socio comercial tanto de Argentina como de Brasil y de la mayoría de los países de la región. Un acuerdo de intercambio de monedas con este país permitiría darle respaldo y demanda internacional a la nueva moneda. De hecho, la existencia de la moneda común y el fondo de reservas, tornaría innecesarios los actuales acuerdos de swaps bilaterales con China (acuerdos de intercambios de moneda que sirven como seguros que les permite a los países solicitarles reservas a China en determinadas circunstancias) y, en cambio, estos swaps podrían centralizarse en el Fondo de Reservas y Estabilidad Macroeconómica, lo que aumentaría la eficacia de estos acuerdos y disminuiría su costo y volumen.
Conclusiones
El proyecto de moneda común está más cerca de la realidad que nunca. El impulso de Brasil y el apoyo de Argentina le da una nueva impronta, tanto a la moneda común, como a una arquitectura financiera regional al servicio del desarrollo y bienestar de la Latinoamérica. Quedan muchas cuestiones por definir respecto a la moneda común y su institucionalidad y, sin duda, habrá discusiones y enfrentamientos a la hora de elegir entre las alternativas disponibles. Para que ni la nueva moneda ni la nueva arquitectura resultante se transformen en una trampa sin salida en perjuicio de los pueblos, se recomienda que estudien el diseño del FMI, su sistema representativo, sus procesos de decisión, su recetario, y hagan exactamente lo contrario.
[1] Tres fondos de inversión privados, que administran más de 13 billones de dólares, son los principales accionistas del 90 % de las 500 empresas más grandes de EE. UU. Los fondos Blackrock y Vanguard administran activos superiores al PIB de China.
[2] En el trabajo https://www.celag.org/hay-alternativas-frente-a-la-dolarizacion/ planteábamos los problemas que implica la actual arquitectura financiera definida por el modelo neoliberal de la globalización: “Dos caminos pueden liberarnos del problema actual. Uno consiste en rediseñar el sistema financiero global. Pero como lograrlo involucra el apoyo de quienes serían los principales perjudicados de este rediseño, es decir, los EE. UU. y la Unión Europea (que controlan las dos principales instituciones financieras internacionales, FMI y Banco Mundial, y son quienes más se lucran con la emisión de las dos monedas de transacción y de reserva internacional), es de esperar que no actúen en contra de su interés inmediato y nunca apoyen con sinceridad los esfuerzos de coordinación monetaria global. El segundo camino consiste en buscar alternativas individuales o que involucren una cooperación regional.” A buena hora hemos empezado a recorrer el segundo camino.
[3] Cabe notar que los ciudadanos de a pie, tanto de Ecuador como de Europa, valoran las ventajas que les brinda la moneda fuerte y no están dispuestos a abandonarla y esta es una de las razones de la irreversibilidad de esta política. Los ciudadanos perciben las ventajas inmediatas que les generan las monedas fuertes, en términos de mayor estabilidad, bajo riesgo cambiario y menores costos en las transacciones y el turismo internacional, pero no perciben las desventajas indirectas derivadas de las limitaciones que implica la pérdida de soberanía monetaria. Tampoco perciben que podrían haber tenido muchas de las ventajas de una moneda común sin necesidad de sacrificar las monedas nacionales haciéndola unitaria.
[4] En el modelo del SUCRE, las cancelaciones de saldos se realizaban cada 6 meses.
[5] Sumando exportaciones e importaciones.
[6] Este es el volumen de intercambio comercial en 2021 (exportaciones e importaciones) de Brasil, Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador, Paraguay, Uruguay, Perú y Venezuela.
[7] Se han presentado otras propuestas que avanzaron sobre esta inicial de Keynes, entre las que destacan las de Paul Davidson y las de Greenwald y Stiglitz. Todas comparten el objetivo de desacoplar la oferta de dinero para transacciones y reservas internacionales de la moneda de un país en particular, el de penalizar a los países que sostengan superávits continuos y el de proveer a la economía mundial de un activo con un valor más estable que la moneda de un país como el dólar de EE. UU.
[8] En un trabajo reciente (https://www.celag.org/wp-content/uploads/2023/01/Por-donde-desangran-las-cuentas-externas-latinoamericanas.pdf) observamos que los países latinoamericanos recurren al financiamiento externo para financiar el crecimiento de sus reservas internacionales: “El exceso de Inversión Extranjera por sobre la necesidad de fondos determinada por la cuenta corriente, se destinó al desendeudamiento y a aumentar las reservas internacionales. En otras palabras, todos los países se comprometieron a remitir utilidades a perpetuidad a cambio de acumular improductivas reservas internacionales, que permiten administrar mejor el mercado de cambios, pero tienen muy baja rentabilidad y se pueden perder en una sola corrida cambiaria.”
[9] Estimamos el impacto utilizando el modelo del multiplicador keynesiano. Estimaciones validadas por la literatura indican que el multiplicador rondaría valores entre 1,5 y 5 para un período de tiempo de un lustro, dependiendo del estado del ciclo económico y el grado de apertura económica.
[10] Una política monetaria expansiva podría ser necesaria para un país en recesión y a la vez, contraproducente para un país en expansión. Ver el enfoque de las áreas monetarias óptimas de Robert Mundell.
[11] Esta cifra es coincidente con estimaciones de la Reserva Federal de EE. UU., que ha estimado que Argentina es el país con más dólares disponibles en billetes por habitante, y se calcula que podría acumular el 10 % de las tenencias de dólares billetes fuera de EE. UU. Si tenemos en cuenta que estimaciones de la propia Reserva Federal indican que 3 de cada 4 dólares billetes circulan fuera de EE. UU. y que el stock de dólares billetes en circulación suma más de USD 4 billones (4 seguido de 12 ceros), esto indicaría que los argentinos acumulan dólares por un valor que rondaría USD 300 mil millones.
Guillermo Oglietti es Doctor en Economía Aplicada por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), postgraduado del Instituto Torcuato Di Tella de Buenos Aires y licenciado en Economía por la Universidad Nacional de Río Cuarto (UNRC, Argentina). Sub Director de CELAG.
Mariana Dondo es Doctora en Ciencias Sociales y Humanas (U.N.Quilmes). Magíster en Ciencias Sociales con orientación en Política y Gestión Pública (U.N.Quilmes). Diplomada en Control y Gestión de Políticas Públicas (FLACSO). Licenciada en Economía (UBA). Docente e investigadora en la Universidad Nacional de Río Negro, Sede Andina, Centro Interdisciplinario de Estudios sobre Territorio.
Diana Solórzano escribe en CELAG.
Fuente: CELAG https://www.celag.org/moneda-comun-y-la-nueva-arquitectura-financiera-regional/