Las noticias falsas se propagan más rápido y alcanzan a más personas que las verdaderas, y en muchos casos no sabemos ni siquiera distinguirlas.
En 2016, justo antes de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, millones de personas compartieron en Twitter que Hillary Clinton y su director de campaña tenían a niños encerrados como esclavos sexuales en el sótano de una pizzería de Washington.
Un tipo armado con un fusil asaltó la pizzería para salvar a los niños, pero ni siquiera había un sótano. Por desgracia a día de hoy el 46% de los votantes de Donald Trump creen que el pizzagate es cierto.
Las ‘fake news’ no son un chiste, son intencionadas. ¿El objetivo? Cambiar la opinión pública, e influir en las elecciones democráticas. Se fabrican en granjas de trolls y se distribuyen por Facebook, Twitter o WhatsApp, donde hay poco control o responsabilidad sobre lo que se publica. Ya se han utilizado en las elecciones en EEUU, en Brasil y en el referendum del Brexit, con los resultados que todos conocemos.
Pero ¿por qué la gente cree en las ‘fake news’?
Las ‘fake news’ están diseñadas para aprovechar todas las debilidades de nuestro cerebro. La primera es el error de atribución. Es lo que ocurre cuando algo nos suena, pero no recordamos dónde lo hemos visto. Basta con ver un titular falso una vez, por ejemplo sobre inmigrantes, para que la gente se vuelva más sensible en el futuro a las noticias falsas sobre inmigración.
Además, cuando una mentira se repite, nos da una sensación falsa de consenso, de que todo el mundo piensa así. Esto puede llevar creencias falsas colectivas, algo que se llama el efecto Mandela, ya que hay gente que piensa que el presidente sudafricano murió en la cárcel en los 80.
El otro factor para que la gente se trague una mentira es el sesgo de confirmación. Nuestro cerebro tiene una tendencia natural a creer que es real aquello que coincide con nuestros gustos u opiniones, aunque sea falso. Quienes se oponen al matrimonio gay creen que los hijos de parejas del mismo sexo sufren más depresión, ansiedad y suicidios, a pesar de que se ha probado en más de 75 estudios que no es así, y que son niños como los demás.
Las noticias falsas apelan a las emociones, sobre todo a las negativas, como el miedo, la indignación, el asco o la tristeza. Se ha comprobado que cuando una noticia produce emociones de cualquier tipo, es más fácil creerla.
Dicen que las mentiras tienen patas cortas, pero en Internet está ocurriendo lo contrario. En un estudio del MIT se vio que las noticias falsas en redes sociales llegaban a 100 veces más personas que las verdaderas, y duraban mucho más tiempo.
Por si fuera poco, los seres humanos son terribles a la hora de distinguir las noticias falsas de las verdaderas. Una inteligencia artificial desarrollada por la Universidad de Michigan es capaz de identificar ‘fake news’ el 76% de las veces. Las personas solo acertaron 50%, daría igual que lo hicieran al azar.
¿Qué podemos hacer? El único antídoto es el pensamiento crítico. Pregúntate ¿Quién es la fuente? ¿En qué canal se distribuye? ¿Quién se beneficia de que la gente se lo crea? Piensa y haz pensar. Las personas que han visto una mentira desmentida se vuelven mejores a la hora de reconocer otras mentiras.
Sobre todo, piensa antes de apretar al botón de reenviar.
Darío Pescador es divulgador científico. Autor del libro Operación Transformer.