Instruir y educar al pueblo, levantar su dignidad moral y procurarle mejores condiciones de vida conforman el espíritu cultural, social y democrático de Manuel Belgrano y su nunca desmedido amor por los desheredados de la fortuna y carentes de medios de educación.
El creador de nuestra bandera tuvo el convencimiento de que el progreso de los pueblos se consigue educando a sus habitantes. Con este propósito tan certero desarrolló una notable acción en favor de la educación, en una época en donde la enseñanza era muy precaria y escasa.
Aquel convencimiento sobre la necesidad de educación y progreso económico-social del pueblo como factor esencial del ideal democrático lo mantiene toda su vida. Así, como secretario del Real Consulado de Buenos Aires, Belgrano desarrolló una intensa y prolífica labor que abarca todos los campos de las ciencias, las industrias, el comercio, las artes y la instrucción pública. Sus célebres Memorias trasuntan y proyectan sus ideas fundamentales de educación al redactar en 1798 lo que podemos considerar el primer proyecto de enseñanza estatal, pública y gratuita. Allí plantea que era imposible mejorar las costumbres y “ahuyentar los vicios” sin educación, y proponía que los cabildos creasen y mantuvieran con sus propios recursos escuelas en todas las parroquias de sus respectivas jurisdicciones, y muy especialmente en la campaña, porque era de justicia retribuir de este modo la contribución que con sus impuestos hacía la población para el sostenimiento del Estado. Afirmaba de manera elocuente y vigorosa que “se deben poner escuelas gratuitas para las niñas donde se les enseñará la doctrina cristiana, a leer y escribir, coser, bordar, etcétera, y principalmente inspirarles amor al trabajo, para separarlas de la ociosidad, criadas de esta manera serían madres de una familia útil”.
Faltaban maestros y los pocos que había se improvisaban. Belgrano comprendió antes que nadie que ese maestro era algo más que un mero repetidor de fórmulas, que un simple enseñante. Debía ser ante todo un educador en el pleno sentido del término y para ello era indispensable que su presentación ante los alumnos estuviera precedida por una esmerada preparación humana y pedagógica, porque los buenos maestros son los que hacen las buenas escuelas. “El maestro deberá inspirar en el alumno moderación en el trato y sentimiento de honor”, decía. Belgrano dignifica la función social del maestro con una adecuada y decorosa retribución.
Fruto de su empeño y dedicación fueron la Escuela de Náutica, inaugurada el 26 de noviembre de 1797, y la de Dibujo, que comenzó dos años más tarde y a la que llamó “el alma de las artes”. En 1801, a su iniciativa se crea una escuela de pintura. “Uno de los principales medios que se debe adoptar —sostiene Belgrano— es poner escuelas gratuitas en todas las ciudades, villas y lugares, un pueblo culto nunca puede ser esclavizado”.
Con este fin Belgrano promovió la creación de cursos mercantiles, para enseñar aritmética, teneduría de libros, principios de geografía y estadística. Después de la Revolución de Mayo, Belgrano obtiene de la Junta, la fundación de la Escuela de Matemáticas, inaugurada el 12 de septiembre de 1810. En la Ciudadela de Tucumán estableció una escuela para sus soldados, logrando que 500 de ellos aprendieran a leer y escribir, haciéndole decir: “Estoy lleno de gozo al ver a nuestros paisanos aprender con tanta facilidad lo que antes nos costaba tanto. Ojalá que esto sirva de ejemplo a nuestros pueblos”.
Pero es en la renuncia personal que Belgrano hace al premio de “cuarenta mil pesos señalados en valor de fincas pertenecientes al Estado”, que por sus distinguidos servicios —y especialmente el triunfo que dio a la patria en la batalla de Salta— le obsequió la Soberana Asamblea General Constituyente, destinándolos a la creación de cuatro escuelas públicas en las ciudades de Tarija, Jujuy, Tucumán y Santiago del Estero, dictando él mismo el reglamento escolar.
Este elevado gesto de desprendimiento y de realización sin desmayos del ideal de la educación popular como principio fundamental de toda democracia, resalta los valores morales y cívicos de quien sembró con su pensamiento y realizaciones los cimientos de nuestra patria.
Raúl Pedemonte es miembro del Instituto Belgraniano de Rosario.
Artículo publicado originalmente en el diario La Capital, de Rosario.