Desnaturalicemos el consumo excesivo de alcohol | por Gabriela Torres

Opinión

Este 15 de noviembre es el Día Mundial sin Alcohol, fecha establecida por la Organización Mundial de la Salud (OMS) que invita a tomar conciencia sobre los efectos que causa el consumo de bebidas alcohólicas.

En nuestro país, el alcohol es la sustancia psicoactiva más consumida y la de mayor acceso y disponibilidad. Los 9,8 litros de alcohol puro, per cápita por año, han colocado a la Argentina como el país con más consumidores de Latinoamérica y en el tercer puesto de todo el continente americano.

Al mismo tiempo, la Organización Mundial de la Salud publica estadísticas que son preocupantes. Cada año mueren en el mundo más de 3 millones de personas debido al consumo nocivo de alcohol, además de ser el causante de más de 200 enfermedades, trastornos, lesiones y factores de riesgo, sin mencionar las consecuencias sociales y económicas.

La arraigada asociación cultural entre consumo de alcohol y celebración, hizo que las y los argentinos vayamos naturalizando su consumo, el excesivo en particular. Hoy nos parecen naturales los testimonios que narran como si fuera una aventura el “aguante” que tuvo una persona que tomó de más, o la evasión de un control de alcoholemia, o que una familia considere incluir cerveza en los cumpleaños de adolescentes. Así, en los últimos años se ha incrementado el uso de alcohol en menores y en mujeres, y es la primera droga que prueban los jóvenes a una edad promedio que va desde los 13 a los 15 años. Son datos insostenibles que nos obligan a la reflexión. Las personas adultas generamos pocos cuidados en relación con los consumos de bebidas alcohólicas, siendo que todo consumo de alcohol en menores de 18 años es un consumo de riesgo.

Como sociedad, necesitamos detenernos a pensar sobre el riesgo de experimentar excesos, un problema que invariablemente tiene consecuencias físicas, emocionales y sociales. Nos urge la necesidad de un acuerdo entre adultos para cuidar a los jóvenes, porque son los adultos los que muchas veces no cumplen con la legislación, los que venden alcohol a menores, lo que evaden controles de alcoholemia, los que cierran las canillas de agua en el boliche y los que, para evitar un conflicto en la casa, les permiten tomar alcohol a sus hijos. Y también son adultos los que luego se muestran indiferentes y los dejan solos y solas. Porque nuestros jóvenes están muy solos respecto a lo que consumen y a lo que creen que es el consumo.

El alcohol no debe ser el sabor de una reunión de amigos y es mentira que aporta alegría extra, porque como sustancia depresora del sistema nervioso central, lo que provoca es fatiga y depresión, además de múltiples efectos colaterales.

Millones de chicas y chicos de nuestro país necesitan voces que les den consejos de cuidado. Voces colectivas y corresponsables que les prevengan e informen. Son pocos quienes acceden a voces de cuidado que les digan, por ejemplo, que tiene que haber alimentación previa al consumo, ingesta de agua, pausa entre consumo y consumo; que hay que evitar las mezclas; cuidarse entre amigos, no usar herramientas o vehículos, etcétera.

Es urgente y necesario que generemos estrategias de cuidado integrales que fomenten la responsabilidad de las personas, sobre todo la de los jóvenes, para controlar el consumo de alcohol. Desnaturalicemos su consumo. Ellas, ellos, nos necesitan. No dejemos a ningún chico ni a ninguna chica, en soledad.

Gabriela Torres es secretaria de Políticas Integrales sobre Drogas de la Nación, licenciada en Trabajo Social.