Destrucción del empleo en América Latina | por Alfredo Zaiat

Opinión

América Latina y el Caribe se ha convertido en el epicentro de la crisis sanitaria y económica global por el COVID-19. Registra también los peores registros mundiales del mercado laboral. Es la región más afectada en el empleo a nivel mundial.

El saldo es dramático: durante los tres primeros trimestres de este año, la reducción estimada de las horas trabajadas fue del 20,9% en comparación con el cuarto trimestre de 2019, cifra que casi duplica a la caída global, 11,7%.

El último informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), “Impactos en el mercado de trabajo y los ingresos en América Latina y el Caribe”, destaca además que los ingresos de los trabajadores se contrajeron en 19,3% y las horas perdidas en esos meses alcanzaron al 33,5%.

Debilidad

La pandemia llegó en un momento de debilidad económica en la región: en los últimos años se ha registrado un deterioro del PIB per cápita, así como un aumento de la informalidad laboral, que alcanza al 56% de los trabajadores.

La tasa de ocupación promedio de nueve países de América Latina para los cuales la OIT cuenta con información actualizada para el primer semestre de 2020 (Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, México, Perú, Paraguay y Uruguay, que representan alrededor del 80% del empleo total de la región) fue de 51,1%, lo que representa una reducción de 5,4 puntos porcentuales respecto del registro del primer semestre del año anterior.

Es un valor mínimo histórico y significó que alrededor de 34 millones de trabajadores perdieran su puesto de trabajo en la primera mitad del año.

En general, aunque con variaciones entre países, las mujeres, más que los hombres, y los jóvenes (hasta 24 años), más que los adultos, experimentaron con mayor intensidad la pérdida de empleo, amplificando de esta manera las brechas laborales previas.

Peor que las cifras

La tasa de participación también registró un valor sin precedentes al reducirse del 61,3% al 52,6% entre el primer y segundo trimestre de este año en esos nueve países. En el segundo trimestre de 2019 esta tasa había sido de 62,2%.

Ello implicó que 32 millones de personas dejaran de ser económicamente activas durante la primera mitad de 2020.

La significativa caída de la población económicamente activa (PEA) obedeció tanto a las medidas de confinamiento y distanciamiento, como a las expectativas desfavorables sobre el funcionamiento de los mercados de trabajo, que disminuyeron los incentivos a la búsqueda de empleo para aquellos que perdieron una ocupación.

Es por ello que, a diferencia de otras crisis económicas, la tasa de desocupación refleja muy parcialmente la magnitud de las dificultades por la que atraviesa el mercado laboral en la región.

Si la población que perdió su empleo —en algunos de los casos de manera transitoria— hubiera permanecido dentro de la fuerza de trabajo (como desocupada) el impacto sobre la tasa de desocupación hubiera sido significativamente más elevado.

En el grupo de países considerados, la tasa de desocupación habría alcanzado el 24% en el segundo trimestre de este año.

Inédita

Las caídas en el empleo no se reflejaron en su totalidad en aumentos en la tasa de desocupación debido a la masiva salida de la fuerza de trabajo de la demanda de un puesto.

Las cifras del derrumbe laboral, entonces, son todavía peores que las registradas oficialmente. Esto le imprime a esta crisis característica inédita que la diferencian de otras pasadas, como la del 2008.

Un reciente informe del FMI, “La persistencia de la pandemia nubla la recuperación”, también destaca que la crisis COVID-19 tuvo una fuerte repercusión en el empleo y efectos dispares entre los diferentes tipos de trabajadores y apunta que “en recesiones anteriores, el empleo en América Latina y el Caribe apenas se redujo ante contracciones del PIB”. 

El informe explica que algunas características de los mercados laborales de la región, como la informalidad, la concentración en pequeñas y medianas empresas y la escasa capacidad de teletrabajo, pusieron a una alta proporción del empleo en riesgo y están exacerbando el impacto de la crisis.

El shock del COVID-19 incidió gravemente en el empleo informal, el cual en anteriores recesiones había actuado como amortiguador durante las desaceleraciones.

La tasa de desocupación refleja, por lo tanto, sólo parcialmente la magnitud de las dificultades por la que atraviesan los trabajadores. En ese sentido, la evolución de las horas efectivamente trabajadas entrega un panorama más completo del comportamiento del mercado de trabajo al reflejar no sólo la pérdida de empleo sino las disminuciones asociadas a reducciones de la jornada laboral o a suspensiones temporarias.

Informales

La reducción del empleo ha sido más intensa entre los cuentapropistas que entre los asalariados, y más profunda entre los trabajadores informales que entre los formales.

Resulta frecuente que al caer el empleo asalariado el cuentapropismo tenga un rol contracíclico. De hecho, así lo ha venido haciendo en los últimos años y en crisis previas.

Sin embargo, este “tradicional mecanismo” se debilitó en la pandemia, donde esas ocupaciones al igual que las asalariadas informales se han visto fuertemente afectadas.

Como explica la CEPAL, el trabajo informal es la fuente de ingresos de muchos hogares de América Latina y el Caribe, donde la tasa media de informalidad es de 56%, según estimaciones de la OIT.

“Muchos de estos trabajadores no tienen acceso a servicios de salud de calidad y, dadas las características de su trabajo, están más expuestos al contagio”, se indica en “El trabajo en tiempos de pandemia: desafíos frente a la enfermedad por coronavirus”, de la CEPAL.

Sus ingresos son generalmente bajos, por lo que cuentan con una capacidad de ahorro limitada para hacer frente a períodos prolongados de inactividad. Tampoco disponen de mecanismos de sustitución de ingresos, como los seguros de desempleo, que generalmente están vinculados al trabajo formal.

Cuantapropismo

Una porción significativa de los trabajadores independientes no fueron exceptuados en la excepción del distanciamiento y reducción de la movilidad y, a su vez, gran parte de ellos son autónomos que no trabajaban desde sus hogares y para los cuales la posibilidad del teletrabajo es reducida.

La OIT indicó que entre marzo y abril de este año en México se registró una pérdida de 10,4 millones de puestos informales frente a una reducción de 2 millones de puestos formales. Ello generó una contracción de la tasa de informalidad del 55,7% al 47,7%.

En Costa Rica la tasa de informalidad bajó del 47% al 39,8% entre el primer y segundo trimestre de 2020.

En Argentina el porcentaje de asalariados sin descuento jubilatorio se redujo del 36% al 24% en igual período.

En Chile, en el trimestre febrero-abril de 2020 también se produjeron mayores caídas entre las ocupaciones informales (-16%) que entre las formales (-4,6%) con respecto al trimestre enero-marzo. La tasa de informalidad se redujo, así, de 29% a 26,3% en ese período.

Desigualdad

El mecanismo de ajuste contracíclico que aumenta los puestos de trabajo informales frente a la debilidad de la creación de empleo formal, algo frecuentemente observado en la región, se ha amortiguado en esta crisis.

Ello se explica por una multiplicidad de factores:

  • La mayor tasa de informalidad que exhiben algunos sectores productivos que debieron parar sus actividades por no haber quedado comprendidos entre los esenciales.
  • La mayor facilidad para interrumpir una relación asalariada no registrada.
  • La mayor incidencia de este tipo de ocupaciones en empresas más pequeñas, a las cuales les resulta más dificultoso soportar períodos extensos sin actividad.
  • Las medidas oficiales de sostenimiento del empleo formal también resultan un factor fundamental para explicar estas dinámicas divergentes.

Como los trabajadores más afectados se ubican en la parte inferior de la pirámide de la distribución de la riqueza, ello implicó aumentos en los niveles de desigualdad en la región.

Perspectivas

El panorama laboral es aún más preocupante debido a que la recuperación esperada para 2021 es más débil que la observada en crisis anteriores, y es probable que se producirá a distintas velocidades dependiendo de cómo la pandemia afecte a los distintos sectores.

La actividad económica sigue estando deprimida en comparación con los niveles previos al COVID-19 en toda la región, y se observan claras diferencias entre los países en cuanto al ritmo de la recuperación, que está sujeta a un alto grado de incertidumbre y a posibles reveses.

Por ejemplo, el estudio del FMI advierte que tras registrar mejoras en el mercado laboral en mayo y junio, algunos países experimentaron nuevas caídas del empleo en julio, vinculadas a nuevos brotes y a las correspondientes medidas de contención.

Las perspectivas a mediano plazo son frágiles; la recuperación será lenta debido a los costos económicos duraderos de la crisis, y la mayoría de los países no retornarán al nivel del PIB previo a la pandemia hasta 2023, con el consiguiente castigo en el mercado laboral.

Alfredo Zaiat es periodista, escritor y economista, jefe de la sección de Economía y del suplemento Cash de Página 12, conductor del programa radial “Cheque en blanco”.

Artículo publicado originalmente en la agencia de noticias Sputnik.