Teatro en homenaje a Héctor Rotili: emoción, vínculos y una noche inolvidable en el Coliseo

Villa Constitución

La función del sábado por la noche en la Sala Coliseo no fue una más. Lo que ocurrió sobre el escenario fue mucho más que una puesta teatral: fue un emotivo y merecido homenaje a Héctor Rotili, actor, productor y alma mater del grupo local Los Gallos del Negro, quien falleció en febrero pasado. La presentación de la obra Nuestros vínculos, del grupo Estudio 25 de Buenos Aires —compañía que Rotili integraba y con la que mantenía profundos lazos de amistad y creación—, fue la forma en que ambos elencos celebraron su legado con el lenguaje que él más amaba: el teatro.

La obra, escrita y dirigida por Juan José Orlando, propone un recorrido intenso y reflexivo a través de cinco piezas de microteatro, unidas por un mismo eje temático: los vínculos. En cada escena se expone, desde distintos matices, esa compleja red de relaciones humanas que tejemos a lo largo de nuestras vidas, con nuestras parejas, hijos, padres o amigos. Algunos lazos crecen, otros se debilitan o se quiebran, pero todos revelan algo profundo sobre nuestra forma de sentir, comunicar y convivir.

El guión es preciso y poético, capaz de conmover sin recurrir a golpes bajos. Con una dramaturgia ágil e inteligente, Orlando logra que el espectador se sienta interpelado en cada historia. La dirección potencia ese efecto, proponiendo escenas íntimas y contundentes, con actuaciones que no eluden la intensidad emocional ni la complejidad de los personajes.

El elenco, conformado por Marta Baya, Manuel Craviotto, Ema Dolorini, Laura Miguel, Sasha Pilatti y Gabriel Práctico, entregó interpretaciones sólidas y sensibles, cada uno aportando matices que enriquecieron el conjunto. Uno de los momentos más destacados de la noche fue la incorporación de la actriz villense Amparo Fernández, quien asumió un reemplazo en tiempo récord y demostró un nivel artístico que se amalgamó a la perfección con el grupo porteño. Su actuación fue celebrada con aplausos y admiración, no solo por el desafío que implicaba, sino por el compromiso emocional de ser parte de este tributo.

La puesta en escena, sobria y eficaz, acompañó con acierto la dinámica de las microobras, permitiendo que cada historia se desarrollara con identidad propia y al mismo tiempo contribuyera a un relato mayor. La iluminación y la música jugaron un rol sutil pero decisivo para sostener la atmósfera de cada pieza.

El público, conmovido, supo desde el inicio que estaba siendo parte de algo único. No solo por la calidad artística de la propuesta, sino por la presencia simbólica de Héctor Rotili, cuyo nombre y espíritu sobrevolaron la sala durante toda la función. Fue, sin dudas, un acto de amor y memoria, donde el arte cumplió con una de sus funciones más nobles: celebrar la vida a través del legado de quienes la dedicaron a crear, compartir y emocionar.