En el actual contexto económico de la Argentina, una vieja conocida reaparece bajo nuevas formas: la bicicleta financiera. Este mecanismo, históricamente asociado a ciclos de estabilidad cambiaria y altas tasas de interés en dólares, encontró en las medidas del gobierno de Javier Milei (y seguramente no sea casualidad) un terreno fértil para desarrollarse nuevamente.
Pero, ¿qué es exactamente una bicicleta financiera? ¿Por qué se la compara con un esquema Ponzi? Y lo más importante: ¿qué podemos esperar de este fenómeno que se repite cíclicamente en nuestro país y en otras economías del mundo?
En términos simples, una bicicleta financiera es un esquema en el que los títulos públicos ofrecen rendimientos exorbitantes en dólares, superiores a los estándares internacionales. Funciona combinando altas tasas de interés en moneda local con la promesa de estabilidad cambiaria. Esto permite a los inversores “entrar, engordar y salir”: compran títulos, obtienen altos intereses y luego retiran sus ganancias, usualmente en dólares.
Este mecanismo se despliega con mayor éxito en contextos de inflación moderada, donde la estabilidad del tipo de cambio es creíble, y se torna inviable en extremos inflacionarios o deflacionarios. Su atractivo radica en que los rendimientos son fáciles de calcular y, en apariencia, seguros. Sin embargo, detrás de esta fachada de estabilidad yace un esquema insostenible a largo plazo.
¿Por qué es un Ponzi?
El paralelismo con un esquema Ponzi es evidente. En este tipo de fraude financiero, los rendimientos de los primeros inversores se pagan con el dinero aportado por nuevos participantes, sin generar ganancias reales. En el caso de la bicicleta financiera, los ingresos de dólares necesarios para sostener el esquema no provienen de actividades productivas ni de exportaciones, sino de la entrada continua de nuevos capitales.
Cuando la confianza en el sistema se quiebra, ya sea por expectativas de devaluación o por la imposibilidad de pagar los intereses prometidos, el ciclo se desmorona. Los capitales huyen, se dispara el tipo de cambio, y el Estado, inevitablemente, se ve obligado a intervenir para mitigar el daño, frecuentemente recurriendo a organismos internacionales como el FMI.
Lecciones del pasado
Un ejemplo reciente de este esquema fue el gobierno de Mauricio Macri, donde entre 2016 y 2018 las famosas Lebacs permitieron retornos elevados en dólares mientras el tipo de cambio se mantenía relativamente estable. Sin embargo, en marzo de 2018 la rueda comenzó a tambalear: la confianza se evaporó, el dólar se disparó y el país terminó solicitando un rescate histórico al FMI.
En el presente, aunque técnicamente no existe la misma libre entrada y salida de capitales debido al cepo cambiario, el funcionamiento del sistema es similar. Las Lecap, con rendimientos de hasta el 4% mensual en dólares, se han convertido en el instrumento estrella. La eliminación de trabas para operar en el mercado financiero legal, como el dólar MEP o el CCL, facilita un flujo de capitales que, si bien no impacta directamente en las reservas, genera una burbuja en torno a la estabilidad cambiaria.
El espejismo y la crisis inevitable
El atractivo de estas burbujas financieras no radica solo en sus beneficios para los inversores, sino en su capacidad para legitimar políticamente a los gobiernos. La estabilidad cambiaria aparente y la baja en la inflación brindan una sensación de bienestar, aunque sea efímera. Sin embargo, como ocurre en todo esquema Ponzi, la pregunta no es si el sistema colapsará, sino cuándo.
El verdadero problema no es fiscal, aunque los defensores del esquema señalen el superávit primario como garantía de sostenibilidad. El desafío radica en el balance externo: ¿de dónde saldrán los dólares necesarios para que los inversores puedan salir del sistema sin desencadenar una crisis cambiaria? La respuesta, si seguimos el curso de la historia, apunta a un nuevo endeudamiento externo, perpetuando el ciclo de dependencia y fragilidad económica.
Cuando el castillo de naipes se derrumbe, los costos no recaerán solo en los responsables directos, sino en toda la sociedad. Como en episodios anteriores, es probable que el Estado, vía organismos internacionales, acuda al rescate, socializando las pérdidas de un sistema diseñado para beneficiar a unos pocos.
Es fundamental analizar estos mecanismos con una mirada crítica y entender que su aparente éxito a corto plazo suele ocultar fragilidades estructurales. La estabilidad cambiaria y los retornos rápidos pueden ser tentadores, pero no sustituyen la necesidad de políticas que promuevan un desarrollo económico sostenible y una mayor productividad.
Identificar estas dinámicas como parte de un ciclo recurrente -en lugar de negarlas- es el primer paso para diseñar estrategias que prioricen el bienestar a largo plazo por sobre los resultados inmediatos. La clave está en una planificación orientada a fortalecer la economía real y avanzar hacia una mayor estabilidad.
Alejandro Iuliani es periodista, actor y director teatral; editor del diario digital El Tigre de Papel y director de Radio X, de Villa Constitución (Santa Fe), emisora integrante de Cadena Regional.