El precio del humo | por Garret Edwards / abogado y periodista

Opinión

Pablo se corta sin querer con el cuchillo, brota sangre de su herida. Si hay sangre debe haber una herida. Si hay una herida, intuimos rápidamente, no tardará en aparecer la sangre. Omar aprendió de chiquito que no hay que tocar la pava hirviendo porque puede quemarse. Algunos aprenden quemándose, aunque les hayan dicho que no hay que hacerlo. El que se quemó con leche, ve una vaca y llora. Son muchísimos los dichos, refranes y frases hechas que marcan con claridad las causas y sus consecuencias. Asociaciones de ideas que nos permiten entender mejor qué es lo que pasa. Automatizaciones de procesos mentales que no parecen requerir de demasiada profundidad ni de mayor análisis. Si hay humo, ha de haber fuego en algún lado provocándolo. ¿Hace falta también que digamos que donde hubo fuego, cenizas quedan?

La ciudad de Rosario y todos sus habitantes, junto a otros municipios y comunas de la provincia de Santa Fe, y también de otras jurisdicciones del país, son víctimas hace tiempo de lo que se viene y sigue haciendo del otro lado del Río Paraná. Quemas indiscriminadas del lado de la provincia de Entre Ríos que producen un humo irrespirable que el viento trae y reparte por toda la ciudad. Una imagen que no es para nada nueva, y que viene incrementándose año tras año, particularmente desde la cuarentena dura de 2020. Es que en ese fatídico año, cuando los gobernantes decidieron por nosotros que nos quedáramos encerrados en nuestras casas, nos vimos también encerrados con el humo que se colaba por cualquier intersticio disponible. Una situación que sabíamos se sucedía con cierta periodicidad -la de las quemas del otro lado del río-, de repente ocupaba toda nuestra atención: a la preocupación por un virus que entendíamos afectaba lo respiratorio, le sumábamos los síntomas asociados con esas enfermedades y patologías surgían por el humo.

El costado de Derecho Ambiental es harto conocido y, probablemente, el más desarrollado por los especialistas en la materia. Incluso se ha utilizado el neologismo de ecocidio al referirse a estas quemas y al efecto que producen en la tierra y en el ecosistema en su derredor. No motiva, sin embargo, ello este artículo. No es la idea que nos detengamos, en esta instancia, en ese debate que, si bien tiene su relevancia, no es lo único en lo que debemos hacer foco. Tampoco lo es el daño que el humo provoca a nuestra salud, algo era mencionado en el párrafo anterior. Un daño silencioso, quizá más cercano al que produce pasivamente el humo del cigarrillo a los no fumadores, que no se aprecia en el momento, sino que se sienten sus efectos con la distancia del tiempo. Debemos enfocarnos en por qué sigue habiendo humo cuando no debería haberlo más. ¿Por qué siguen contaminando el medio ambiente y a nuestros pulmones, cuando parecería ser que a todos nos molesta la situación, por un motivo o por otro? La respuesta es simple, pero no por eso menos triste: porque pueden. Porque nadie los detiene.

Una Argentina federal, ya sabemos, que se divide en diferentes niveles jurisdiccionales, lo cual genera también distintas competencias y herramientas según el organismo. Lo que sucede dentro del territorio de una provincia, parece ser, depende sólo de esa provincia, y en otro estamento del poder federal, que tiene competencias delegadas y no originarias. Un juego de competencias que tenemos, al menos, desde 1853 con la primera Constitución Nacional. No soy yo, sos vos. Soy yo, no sos vos. Es mía, no es tuya. Es tuya, no es mía. Es de los dos. Es de todos. No es de nadie. Nadie se quiere hacer cargo cuando le toca hacerse cargo. La culpa siempre es del otro. De denuncia en denuncia, hasta el intendente municipal se ve limitado en lo que puede hacer cuando es otra provincia y otro municipio aquel en el que se produce el hecho dañoso. Y aunque la tecnología debería permitirnos saber a ciencia cierta qué pasa del otro lado en todo momento, increíblemente parece no ser suficiente.

Cuando cometer un delito conlleva la alta probabilidad de no recibir ningún tipo de sanción, ya sea porque las cosas no se investigan, porque si se investigan no se avanza a juicio, porque si se avanzan a juicio no se condena, si se condena no se cumple la misma, es porque el precio del delito está muy bajo. Si los resortes de la Justicia y de la institucionalidad dan las respuestas que deben dar, cometer delitos se torna demasiado oneroso. Si prender fuego las islas, quemar la tierra, y generar el consiguiente humo que tanto nos complica la vida, fuera más caro, no habría humo. Si hay humo es porque hay fuego. Si hay fuego es porque no hay Justicia. El precio del humo está demasiado barato, el precio del delito está demasiado barato.


Garret Edwards es abogado (egresado de la UNR), profesor universitario en Ciencias Jurídicas (UCEL), investigador y periodista. Cursando actualmente un Master en Leyes en The London School of Economics and Political Science (LSE).

Artículo publicado originalmente en el diario La Capital, de Rosario.