Al conmemorarse el 171° Aniversario del Fallecimiento del General San Martín, es muy importante al recordar su personalidad hacernos eco de su brillante carrera militar, de su papel preponderante en la gesta de la independencia americana y sobre todo tener presente sus rasgos morales y su pensamiento, atributos éstos que hacen del Padre de la Patria un ser distinguido y de excepción.
Triunfante y dueño de los destinos de medio continente, San Martín pudo escapar a la tentación de la ambición personal. Su carácter le permitió negarse rotundamente a ejercer el mando en la Argentina, desde donde lo llamaron varias veces, declinando además el gobierno de Chile que se le ofrecía por clamor popular, para finalmente asumir muy a pesar suyo el cargo de Protector del Perú en otro gesto de entrega y amor por la causa que había abrazado.
Podemos aseverar hoy sin equivocarnos que San Martín se erige como una personalidad eminentemente americana. Aunque tampoco debemos olvidar que durante su accionar en América y aún después durante su ostracismo en Europa fue calumniado por unos y otros. Sin embargo, las heridas provocadas por las calumnias arteras que recibió, fueron ocultadas bajo el silencio propio de las almas solitarias.
No en vano su frase de cabecera preferida era la máxima de Epícteto, que expresa: “Si se dice mal de ti y es verdad, corrígete; si es mentira, ríete”. Es por ello, que cuando hablamos de estoicismo y de austeridad, sin dudas nos estamos refiriendo a este hombre que no quería nada para sí, que se pasó una década en América luchando por su libertad y que más tarde llegaría a ser admirado no sólo por lo conseguido en los campos de batalla, sino también por su ejemplar honradez.
Cuando en 1814 comenzaron sus dolencias corporales, su salud se transformó en un tema de constante preocupación, sin embargo, hizo indecibles esfuerzos para seguir adelante. Sufrió dolencias en su estada en Tucumán, en Córdoba, en Mendoza, en Chile y también en el Perú, donde continuó atacada su precaria salud. Aún así, con el destino de la emancipación americana dependiendo de su castigada fortaleza física, pudo el Libertador concretar la casi totalidad de sus objetivos independentistas.
Esa voluntad y esa serenidad que lo distinguieron para sobrellevar sus dolencias también se pusieron en evidencia a la hora de superar la oposición que sufrió desde Buenos Aires desde donde se le retaceó el apoyo solicitado para terminar cuanto antes la guerra contra los realistas. No hay que olvidar, además, que estando con sus fuerzas en el llamado Norte Chico, en el Perú, pudo superar una terrible pandemia de fiebre terciana, sosteniendo de todas maneras en todo momento su difícil posición militar en aquel país.
A San Martín hay que acreditarle el hecho histórico que negoció con firmeza ante el Virrey del Perú, a quien le propuso una solución política compartida bajo el paraguas protector del reconocimiento indispensable de la independencia. Casi lo consigue. No obstante, tuvo que extremar sus esfuerzos para forzar la salida del poder virreinal establecido en la ciudad Lima, logrando a mediados de julio de 1821 ingresar en silencio en dicha ciudad tal como años antes lo había hecho en Santiago de Chile.
El paso siguiente fue reunir a las personas más representativas de la sociedad limeña para solicitarles la inmediata redacción y jura del acta de la independencia. Trámite que se concretó el día 15 del referido mes. Así, quedó expedito el camino para que San Martin entrara respetuosamente con su ejército al corazón social y político del Perú y llevar adelante en la jornada del 28 de Julio de 1821 la proclamación de la tan ansiada independencia al expresar ante el pueblo y el ejército: “El Perú desde este momento es libre e independiente, por la voluntad general de los pueblos y por la justicia de su causa que Dios Defiende”.
Comienza aquí una etapa de su vida donde se complementaron logros y sinsabores. Es la etapa de su gestión como Protector del Perú donde alcanza notables avances en materia jurídica, económica, educativa y social. La implementación del Estatuto Provisional de Gobierno, que fue la base escrita de su programa protectoral sentó las bases de lo que sería la futura constitución nacional del Perú.
Sin embargo, su dedicación plena a las tareas administrativas y políticas durante su estada en Lima hicieron que se descuidara el frente defensivo en cuanto a lo militar; situación ésta que fue aprovechada por las poderosas guarniciones realistas del sur del Perú para reorganizarse y constituirse en pocos meses en una gran amenaza para San Martin y fundamentalmente para Lima como centro administrativo del Protectorado.
Tal circunstancia hizo que el Libertador evaluara que era imprescindible terminar cuanto antes con la guerra para evitar más efusión de sangre y sobre todo las calamidades que la misma conlleva. Esto determinó que pusiera sus ojos en un pronto encuentro con Simón Bolívar quien sea había hecho fuerte en el norte, abriendo así la posibilidad de reunir la mayor cantidad de hombres posible para dar fin lo más rápido posible a la amenaza realista.
Aparece así en el horizonte el Encuentro de Guayaquil de julio de 1822. Sin embargo sus esperanzas se diluyeron ante la imposibilidad que le manifestó el Libertador del Norte de unir fuerzas en lo inmediato, ofreciendo en la oportunidad solo un millar de hombres como auxilio para la operación militar que era necesario llevar adelante con urgencia en territorio peruano.
Más allá del sabor amargo del fracaso en el histórico encuentro; San Martín tomó la decisión de dejar el camino libre a Bolívar para que cuando las circunstancias lo permitieran bajara con sus fuerzas al Perú. De manera inmediata, al retornar a Lima cumplió fielmente con la palabra comprometida. Reunió al Congreso Constituyente, renunció al Protectorado y dejó como legado una última proclama en la cual expresa que son los pueblos los que deben elegir soberanamente su forma de gobierno.
Lo maravilloso y ejemplar de San Martín es que contando con cuarenta y cuatro años de edad, es decir, en la plenitud de su vida y con su madurez intelectual intacta declinó el poder, o lo que es más exacto decir, no se dejó tentar por el mismo. Un cuarto de siglo después, en una carta que envía al presidente Castilla, del 11 de setiembre de 1848, -único documento que ilustra acerca de la magnitud de su sacrificio-, le confiesa lo doloroso que fue para él abandonar el Perú sin ver definitivamente afianzada la Independencia.
Luego de convocar al Congreso Constituyente en Lima viajó a Chile, donde a poco de llegar enfermó gravemente. En Santiago recibió los mayores cuidados por parte de la familia O’Higgins que lo recibió con afecto haciendo lo más placentera posible su estada. Le costó muchas semanas reponerse, sobretodo porque una gran tristeza lo invadió, lo cual conspiró para que no hallara en suelo chileno la tranquilidad necesaria para sus males. Muy por el contrario, a su alrededor comenzaban a abundar las incomprensiones.
A fines de enero de 1823, cruza la cordillera por última vez buscando la tranquilidad necesaria en su chacra de Mendoza, en su añorada Tebaida, como él mismo llama a ese fundo que le donara oportunamente el cabildo mendocino. Es el sitio donde sueña con el merecido descanso el guerrero después de tantas jornadas infatigables. Pero, nada saldrá como San Martín lo espera ya que es rodeado de espías que informan de sus movimientos a Buenos Aires, se falsean cartas y su firma, además de ser atacado por la prensa porteña.
En aquel año de 1823 su esposa muy enferma en Buenos Aires le pide que regrese a su lado. El general no pudo hacerlo. Cuando ella falleció el 3 de agosto de dicho año, tampoco estuvo presente pues por entonces recibió una carta del gobernador de Santa Fe, Estanislao López, quien le informaba, “que a la llegada a la Capital será mandado Juzgar por el Gobierno, en un Consejo de Guerra de oficiales generales, por haber desobedecido sus órdenes en 1817 y 1820 de repasar con su ejército la cordillera de los Andes para auxiliar a Buenos Aires, optando en cambio por las campañas de Chile y Perú”.
Sobre aquellos días aciagos, en los que fue hostigado de manera artera por los periódicos de entonces, San Martín escribiría años más tarde, “Cuando la prensa principia a hostilizarme y sus carnívoras falanges bloquean mi pacífico retiro fue entonces cuando se me manifestó una verdad que no había previsto, a saber: que yo había figurado demasiado en la revolución para que me dejasen vivir en tranquilidad”.
Es la hora de la gran prueba, si alguna vez entró solo y sin temores en Santiago y en Lima, como no lo iba a hacer en Buenos Aires. San Martín, por entonces sintió la necesidad de cumplir con sus deberes paternales; es por ello que desafía a las autoridades del gobierno porteño, expresando: “…Iré, -dice-, pero iré solo, así como he cruzado el Pacífico y estoy entre mis mendocinos…”. Y así lo hizo, para noviembre de 1823 está en Buenos Aires.
Era demasiado grande su obra hasta ese momento para que se dispusieran a herirlo y humillarlo. No se animaron, solo atinaron a ignorarlo. Seguramente porque la grandeza del héroe paralizó cualquier intento contra su figura. Reclamó ante su suegra a su hija de ocho años y partió hacia Europa. Después de una breve estada en Inglaterra, se instaló en Bruselas, dedicándose a cumplir con la educación de Mercedes y al mismo tiempo ponerse a cubierto de las luchas partidarias en la cuales se debatían sus compatriotas.
Lo paradójico es que Bélgica reconoció con honores sus dotes y logros militares, al tiempo que en su capital el veterano soldado llevaba una vida austera donde todos los días hacía una larga caminata desde su alojamiento para almorzar en un modesto café al que estaba abonado. Por entonces, informado de la guerra con Brasil, resolvió volver a su Patria para ofrecer sus servicios.
En febrero de 1829, al llegar al Río de la Plata tuvo la noticia que el conflicto había terminado, enterándose también del fusilamiento de Dorrego producto de encarnizados desencuentros. Sobre el barco en el que había viajado y con las luces de Buenos Aires a la vista no aceptó ninguna de las proposiciones que le formularon quienes lo visitaron. En realidad, no quiso ser el verdugo de sus conciudadanos.
De vuelta a Europa, encontró la felicidad en el hogar, con su hija, su yerno y sus nietas a quienes adoraba. Pero nunca tuvo una tranquilidad absoluta; al contrario, los problemas de su patria siempre le preocuparon. De hecho, siempre anheló volver a su tierra y otras tantas veces se disiparon sus sueños.
En Francia transcurrieron los últimos años de su vida. Vivió retirado en su casa de campo de Grand-Bourg junto al Sena, la cual había sido adquirida gracias a la generosidad de su entrañable amigo don Alejandro Aguado. Los años que pasó en tal propiedad fueron los más apacibles y llevaderos de su ostracismo, donde se dedicaba al cultivo de su jardín, a ordenar los documentos de su archivo y a recibir las visitas de unos muy pocos amigos americanos.
En el verano de 1848, ante los turbulentos conflictos sociales acaecidos en París, San Martín y su reducida familia se trasladaron a Boulogne-Sur-Mer, pensando además en que el clima marítimo sería beneficioso para su siempre endeble salud. Allí, a orillas del Canal de la Mancha, con más de setenta años sobre sus hombros y casi ciego, el 17 de agosto de 1850 la Espada mayor de los Andes traspuso serenamente las puertas luminosas de la inmortalidad.
Miguel Angel Brusasca – (mabrusasca@hotmail.com) // Coordinador General de Filiales del Instituto Sanmartiniano del Perú en la Argentina; Presidente de la Filial “Santa Fe” del Instituto Sanmartiniano del Perú.