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Crónica de una crisis socioambiental anunciada | por Martín Montiel

Opinión

Pasado, presente y una lucha común

No hay duda que la agenda ambiental emanada de los movimientos sociales tiene décadas de arraigo y lucha a lo largo de todo el continente, y nuestro país no escapa a esa aseveración. La disputa territorial contra la minería capitalista es un ejemplo histórico de ello. Como también lo es la discusión sobre el derecho y acceso al agua con distintos epicentros geográficos y sociales. La profundización acelerada de los modos de producción/extracción del capitalismo no hacen más que reafirmar la convicción de pueblos y movimientos enteros entregados a la pelea por los territorios, en algunos casos como una razón de ser colectiva.

Sin embargo, lejos estamos de que esto sea un proceso de fácil lectura, en donde el terreno y los actores sociales guardan una heterogeneidad muy rica en objetivos, miradas diversas sobre “lo natural” y, claro está, posiciones respecto de cómo construir políticas desde lo diverso en función de un futuro diseñado colectivamente en función de poder ejercer todos los derechos necesarios para el “Buen Vivir” social en los territorios.

Los “Humedales en Pugna” no escapan a este modesto análisis, y ayudado por la proximidad en tiempo y espacio de quién escribe respecto este tema, podemos acercar algunas propuestas de como pensar la cuestión, por interesante y urgente, en el marco de un contexto que sin dudas lo hace aún más relevante. En principio será necesaria una breve historización que nos traerá hasta los acontecimientos de agosto de este año en curso, en donde pudieron converger distintos ejes de una misma lucha, en un mismo territorio. Un caldo de cultivo interesante y desafiante respecto a como construir alternativas políticas en general.

Breve historización desde el llano

En los últimos años, surgieron en la región central del país una serie de organizaciones sociales con profunda agenda ambiental, que fueron diseñando estrategias de visibilización y lucha en función del rasgo extractivista característico de la pampa húmeda. Así, con los Agrotóxicos como eje de la lucha de los grupos activistas, hemos visto nacer multisectoriales en el fragor de acampes, cortes de ruta, presión social sobre las cámaras legislativas y concejos deliberantes, escraches, marchas y todo tipo de manifestaciones políticas en los territorios. Las madres portando fotos de sus hijes enfermos es hasta el día de hoy, una desgarradora elocuencia del tenor del problema social. A la vez, asambleas horizontales o protopartidos verdes, son muestra de la diversidad de formas de expresión de esas políticas.

Por supuesto que en el mientras tanto se daban eventos de profundización del modelo hegemónico de producción basado en un paquete tecnológico de transgénesis y agrotóxicos. Y así como en el 95/96 el actual canciller del país (Felipe Solá), siendo ministro de agricultura, trajo la “novedad” de la Soja RR, en el 2002/3 se incorpora el terrible Maíz RR, con consecuencias tan devastadoras como el cultivo antes nombrado. Dos gobiernos distintos con una misma política muy clara en función del sostenimiento de la Agricultura Industrial.

Las distintas asambleas conformaron a mediados de la primera década de este milenio el “Paren de Fumigarnos”, con presencia en distintas provincias y con fragmentaciones que en realidad funcionan como “foquismos” que replican una lucha con la particularidad del cuerpo a cuerpo, sobre todo en pequeñas ciudades o pueblos en donde el tejido social confunde y enmaraña los intereses económicos de los representantes del Agronegocio con las necesidades de subsistencia del resto de las poblaciones (la palabra “avasallamiento” es interesante de aplicar en su sentido más estricto, vertical y castellano). Con esto quiero expresar que pareciera no ser necesaria una organización “federal” de gran extensión territorial, ya que se verifica una cantidad de “subversiones” en el territorio, que terminan siendo eficaces, aunque lentas, como respuesta de repudio contra el modelo que nos envenena y empobrece cada día. Sin embargo, será obligación preguntarnos, en algún momento de la praxis, cómo es la delgada línea entre la fragmentación de la lucha y las estrategias de ramificaciones de la misma. Por ahora parece no resolverse.

También por esos momentos históricos se venían definiendo movimientos y construcciones que merecen su propia historización, que se puede sintetizar en la necesidad de “sindicalización del otro campo”, de la agricultura familiar, de los cordones frutihortícolas, de la gente que labura para que en cada mesa argentina exista una ensalada de hojas verdes, dicho esto como sencillo ejemplo a veces necesario para estimular la toma de conciencia acerca de la “trazabilidad social” de los alimentos.

Durante y luego de la discusión sobre la resolución conocida como “la 125”, muchos actores para nada representados por esa lamentable alianza llamada “mesa de enlace” (surgida de esa coyuntura) dieron comienzo a procesos de organización, con tradición e historia previos, que devinieron en grandes gremios o sindicatos de la agricultura familiar, y que de alguna manera se articularon con luchas de movimientos campesinos que aportan desde siempre una lógica de disputa territorial. No obstante, y al mismo tiempo, la Agricultura Industrial sostenía y sostiene en esa mesa una extraña constitución de tres patronales y una ¿federación? de pequeños y medianos productores que dejaron de ser actores sociales de relevancia, porque el mismo modelo que dicen defender, los fue transformando en mini-rentistas o directamente en “desclasados” del modelo de concentración económica del agro industrial. Dominadores y dominados, quienes contrataron al sicario que ultimó a Netri, partícipe clave en el surgimiento de Federación Agraria, conviven con los herederos del “Grito de Alcorta”. Parece inentendible, aunque es un proceso interesante para abordar y profundizar tal vez en otro momento.

Es necesario este último párrafo que describe esta mesa/lobby patronal de “Suciedad Rural” del campo tomado por la política expansionista neocolonial del capital actual, porque nos posibilita verificar la abismal distancia de intereses respecto de los movimientos sociales y de la agricultura familiar, popular, ancestral.

Y comienza la segunda década de este milenio con UTT, MTE, UTEP, MNCI, y otra cantidad de organizaciones representadas en éstas que, además, y esto es un elemento interesante, presentan propuestas/derechos novedosas como la “agroecología”. Éste término/práctica surge ya no como una demanda de la clase media urbana que desea comer alimentos sanos (no es peyorativa la frase), sino como una necesidad gremial para alejar los agrotóxicos de las personas que están expuestas en la primera línea de fuego, el surco en el campo, en ese “otro campo”. Entonces aparecen puntos en común en las agendas urbanas y rurales, que se plasman incluso en algunas maneras de acercamiento de las producciones a la mesa y hogares consumidores. Estrategias de circulación cortas que permiten conocer a la familia productora y profundizar la politización del consumo también en términos ambientales. El “No a los Agrotóxicos” comienza a tener una transversalidad en la práctica de organizaciones ambientales urbanas y organizaciones productoras rurales y semiurbanas. Todo esto en un país en donde el noventa por ciento de la población vive aglomerada en grandes urbes

Para enriquecer aún más el estado de situación, se fue sumando a estos procesos un tipo de politización específicamente ambiental dentro de algunos sindicatos históricos, y aparecieron las “Secretarías de Ambiente” en gremios docentes, bancarios, de personal de Salud, de trabajadores de estados municipales y provinciales, entre otros. En la ciudad de Rosario, la construcción “Sindicatos por el Ambiente” nuclea varias secretarías y acompaña cada actividad surgida de las organizaciones socioambientales, y además promueve actividades propias que profundizan un debate que va más allá de la puja salarial, entendiendo al ambiente como un derecho laboral más.

Y podemos llegar entonces, a un desenlace que nos va acercando a nuestros días y a la aparición de nuevos actores sociales en función de nuevos acontecimientos ambientales. Tal vez una fecha interesante para cerrar esta primera parte sea aquel mítico 5 de junio del 2019, en donde la “Marcha Plurinacional de los Barbijos” pareciera haber avisado lo que se venía, no en términos mágicos de adivinación, tampoco por la alegórica utilización de los barbijos como protesta ante cualquier extractivismo, sino por una acertada lectura de los procesos de degradación socioambiental propuestos por el sistema capitalista. Esa actividad movilizó cinco mil personas con presencia de sindicatos, organizaciones socioambientales y organizaciones productoras  de la Economía Solidaria, como la “Red de Comercio Justo del Litoral”. En el “Día Mundial del Ambiente” tal vez se gestaba, en la conciencia colectiva de mucha juventud presente, lo que un año después, en un contexto muy particular, y envuelto en llamas parte del sistema de humedales de Argentina, un movimiento que ha logrado visibilizar un problema concreto, de difícil abordaje, pero clave en la disputa territorial vigente.

Humedales en pugna

Es imposible desvincular el deteriorio de los humedales del corrimiento/expansión de la frontera agrícola ganadera. Sin necesidad de abundar en un proceso muy estudiado, y con aportes técnicos y científicos ya vertidos en las agendas socioambientales, sabemos y afirmamos que la Agricultura Industrial fagocita territorios y poblaciones, envenenando y empobreciendo. Basado en mitos como la “escasez de alimentos” y la consecuente “alta productividad”, es un sistema que promueve la concentración económica de corporaciones globales, que detentan gran parte de las tierras productivas, imponiendo una lógica extractiva que excluye la voluntad popular de definir su propio destino de existencia/subsistencia.

Los Sistemas Agroindustriales en realidad producen Agrocommodities (y exageraciones absurdas como los Agrocombustibles) ubicándose en las antípodas de lo que llamamos “Soberanía Alimentaria”. Toman los territorios como un cáncer que se ramifica y que todo lo enferma. Y esto está comprobado, en el profundo deterioro de la salud pública, sea por las fumigaciones directas o por la pésima calidad de lo que se produce, contaminando tierra, aire y agua al mismo tiempo.

Pero tal vez el mejor ejemplo del deterioro y desequilibrio socioambiental que produce este sistema sea nuestro contexto pandémico mundial. La pandemia demuestra que la profundización de esta manera de producir puede impactar de modos tan materiales y concretos como apocalípticos, y es el propio sistema capitalista al que debemos someter a juicio. Ya no estamos para discutir cómo un virus surge de una megafactoría porcina, sin embargo debemos soportar la paradoja de plantear en plena pandemia, la instalación en el territorio argentino, de una veintena de granjas de doce mil madres cada una como “falsa solución” para aportar agrodólares, ¿quizás para el pago de una deuda ilegítima?

Tampoco está en duda la capacidad de daño de los Agrotóxicos, ya que permanentemente se aportan estudios sobre el tema, como la reciente publicación de la Sociedad Argentina de Pediatría, de una lectura escalofriante pero real, que invita seriamente a participar de la discusión ambiental de manera urgente. Sin embargo, en octubre del año pasado, se aprueba en Argentina, el primer Trigo Transgénico del mundo, llamado HB4, y es presentado como un avance de la ciencia en función de las sequías por venir, producto del cambio climático. Con recursos económicos e intelectuales del Estado, se favorece a empresas privadas y se deja la puerta abierta a una catástrofe social, económica y ambiental. El “pan nuestro de cada día”, que atraviesa regiones varias, clases sociales, y hasta oficios de supervivencia urbana, será parte de un agronegocio más específico, particular y letal. Y ni mencionar que esto pueda significar la punta de lanza para la tan deseada “ley de patentamiento de semillas” que exigen las grandes corporaciones. En fin, otra paradoja que demuestra la necedad de no trabajar sobre las causas de las cosas y hacer prevalecer los mitos ya descriptos que sostienen este sistema. Complicidad pura.

Pero la verdad indiscutible es que la Agricultura Industrial está en crisis. Jaqueada por su propia dinámica, se va quedando sin territorios para expoliar. Necesita más y comienza a apuntar con la transgénesis a territorios inhóspitos donde casi no llueve, o a territorios donde la agriculturización empieza hacer pie, como por ejemplo los humedales puestos en pugna. De todos modos, las organizaciones socioambientales pueden expresar una batalla ganada, la visibilización del problema y el debate social creciente sobre el tema alimentario. Hoy Monsanto ya es mala palabra, y ni siquiera la lavada de cara que hizo Bayer con la compra de la misma puede frenar el viento en contra. Son varias las cuestiones que empujan a la agricultura industrial a buscar nuevos territorios para anexar al sistema productivo imperante, y se presentan entonces otros desafíos para la lucha.

Previamente vale aclarar que de ninguna manera quién escribe abona una idea de “lo natural” sin presencia humana. De hecho, los humedales están habitados históricamente y está bien que así sea. Tal vez, pensar que las familias campesinas y pescadoras de la agricultura familiar, sean el actor social necesario para la preservación de esos socio-ecosistemas, tenga que primar en la escritura de cualquier ley al respecto (si es que estamos convencidos que la solución es una ley). Y tal vez una “tipificación de los diferentes fuegos”, descriminalice al pobre criollo que tiene apenas un puñado de animales para la subsistencia.

Aclarar esta posición es necesario porque la concentración ganadera empresarial, sobre el humedal, devenida de la agriculturización de la Pampa húmeda (y no tan húmeda), nada tiene que ver con estos históricos actores de los humedales, y si bien habrá casos puntuales de pequeños productores con mal manejo de fuego, en realidad son los grandes intereses los que tienen vinculación directa con al menos un tipo de incendio intencional generado por la necesidad de expansión de su modelo de producción.

Por supuesto que los intereses del oscuro capital financiero y de desarrollos inmobiliarios, (con imperiosa necesidad de “blanqueo”) que buscan reproducir la lógica “nordeltista”, hacen su nefasto aporte, y se verifica en el manoseo topográfico que se atreven a realizar con máquinas retroexcavadoras fotografiadas o filmadas a plena luz del día, trabajando con la venia de la dirigencia política de turno. Ni hablar de algún que otro fuego intencional mucho más cínico, que apunta a un cansancio y desgaste social que tiene una profunda vocación desestabilizante, más allá de sus objetivos económicos. Todo un cóctel.

Durante el año 2020 los incendios se intensificaron de una manera atroz, superando inclusive al año 2008, famoso por llevar sus humos y cenizas hasta el obelisco de Buenos Aires.  Bruma gris que nada tenía de londinense, recorría varias provincias y nuevamente era noticia nacional, mientras la indignación y el descontento se mezclaba con las distintas sensaciones emanadas de estrictas restricciones producto de la pandemia. Era contradictorio vivenciar discursos del cuidado mutuo mientras no se podía respirar en las ciudades o pueblos, y las fotos del fuego diario motivaban la movilización de una suerte de “rescatistas populares”, que desesperadamente cruzaban el río para apagar los focos ígneos, ante la mirada ausente de un Estado cómplice de la expansión y profundización de la frontera agrícola ganadera ya caracterizada.

Esas acciones concretas fueron dando forma a la “Multisectorial por los Humedales”, una organización muy heterogénea y dinámica, capaz de cortar el puente Rosario/Victoria varias veces, con mucha participación social y asambleas en el lugar, que fue generando otras “orgas” a través de rupturas y miradas diferentes que, esperemos, terminen replicando y ensanchando estrategias de lucha. “Autoconvocades por los Humedales”, hoy devenido en “Colectivo Amaranto” es un ejemplo de ello. Y más recientemente surgió la “Plataforma Socioambiental”, en donde convergen una serie de organizaciones diversas que aportan características artísticas, culturales, perspectiva de género, ecofeminismo, educación popular, derechos humanos y gremialismo urbano y rural, enriqueciendo los espacios de militancia socioambiental, y amplificando la comunicación política. Meter ruido y ganar calle.

Destaquemos la tercera semana de agosto de este vertiginoso 2021, en donde se ejemplifica claramente lo que estamos tratando de esbozar. El martes 17 de agosto, en distintas ciudades del país de manera simultánea, se desarrolló el “Panazo/Trigazo” repudiando el Trigo HB4. Particularmente puedo afirmar por haber participado de la actividad, dada mi pertenencia política socioambiental, que fue sorprendente la cobertura mediática que tuvo, al menos en Rosario, ya que la presencia de los canales de televisión hegemónicos, se entreveraban con los “medios amigos”, (que estaban más sorprendidos que nosotres). Tuvimos la oportunidad de explayarnos en un terreno de la comunicación esquivo, masivo, desafiante, y fue aprovechado al máximo. En cada lugar donde se desarrolló la actividad, el reparto y convite de panes, movilizaba un interés tan extraño como profundo, con ribetes más para una crónica antropológica, en donde el mundo de lo simbólico jugó a favor de la agenda concreta de las organizaciones. La flamante “Plataforma Socioambiental” se presentaba en su primera intervención nacional.

Como puñalada de loco, el miércoles 18 de agosto, tuvo como escena central, una marcha de tinte épico, en donde un grupo nutrido de kayakistas, demostrando una logística y organización para subrayar, unieron las costas limosas de la “Ciudad/Contrabando” con el mítico ágora del barrio Monserrat. Trescientos cincuenta kilómetros recorriendo un escenario en pugna. La movilización trajo gente de toda lucha/humedal de distintos territorios, llenando la plaza de un Congreso tibio y mezquino, que se vio obligado a recibir una proclama/documento firmado por casi cuatrocientas organizaciones de todo el país. La “Multisectorial por los Humedales”, después de un poco más de un año de existencia, marcaba una fuerte presencia en el fangoso terreno porteño (que, siendo parte del sistema de humedales más grande del país, se desconoce a sí mismo).

Pero el remate tragicómico y de cine documental de esas semanas fue sin dudas la “Toma y Usurpación” de countries y chacras náuticas por parte del “Ejército Carpinchista de Liberación Natural”, en una pincelada entre patética y pedagógica, de lo que es capaz de hacer la acción humana gobernada por la razón capitalista. La lluvia de memes por redes invadió todo dispositivo existente. Una exacerbación de fotos trucadas, y una inventiva ilimitada, en realidad nos iba alejando de lo más prioritario para observar y pensar. Todo se convirtió en un ejercicio divertido de una gran parte de la clase media urbana, a veces deshumanizada por una extraña pasión por la flora y fauna de cualquier lugar.

En vísperas de elecciones, todo el arco político demostró no estar a la altura de las luchas territoriales y de las agendas de las organizaciones socioambientales. Su lamentable papel de complicidad e ignorancia no amerita demasiadas palabras, ni escritas ni orales. Bastó apreciar por radio, televisión o redes, la chatura discursiva, escasez de análisis y ausencia de propuestas, para saber que habrá que hacer otro recorrido para lograr fuerzas en tamaña pugna vigente y por venir. La política que representa al capital no aportará más que algún intersticio en donde abonar alguna semilla, pero la “Tierra sin Mal” vendrá de la mano de los movimientos sociales sin lugar a dudas. Todo un desafío que deberá transformarse en acciones concretas pronto.

Intentando una conclusión

Más allá de la necesidad de preservación de un humedal, detrás de los carpinchos revolucionarios, nutrias ecoterroristas, alisos con uniforme camuflado, o sauces llorando venganza, están las familias campesinas isleñas invisibilizadas. Los sujetos sociales no nombrados por nadie en ningún lado. Los actores sociales de un humedal poblado desde tiempo atrás, muy atrás. Y éste es un tema central para debatir y discutir en los espacios socioambientales. ¿Queremos un modelo de naturaleza sin personas? Ya vimos cómo funcionan los Parques Nacionales, que como sentenció el poeta neuquino Berbel, “ahí somos forasteros los nativos y locales”. Quizás tengamos que diseñar los territorios colectivamente en función de intereses más diversos y horizontales. Tal vez sea hora de entender que más allá de los “Humedales en Pugna”, la lucha claramente es por los territorios. Por todos los territorios. Como un Cuerpo/Territorio (categoría de la medicina socioambiental) que necesita defenderse ya de toda enfermedad, desde la anciana minería colonial potosina hasta el contemporáneo Fracking patagónico, o desde los desmontes ecocidas de la esclavizante Forestal hasta el delicado saqueo del Litio, pasando por la terrible expoliación y envenenamiento de una de las llanuras fértiles más grandes del planeta. Quienes diseñan los territorios no desean la participación popular, porque los diseñan en función de la apropiación/acumulación.

Ya no es la cuestión socioambiental sola o aislada, sino la suma de toda lucha del cuerpo social en función de un horizonte más justo. De otro mundo posible más justo. Un mundo en donde no entre nunca más esta enfermedad llamada “Capitalismo”.


Martín Montiel es integrante de Paren de Fumigarnos y de la Marcha Plurinacional de los Barbijos; productor agroecológico de la agricultura familiar y de la economía solidaria, Red de Comercio Justo del Litoral.

Artículo publicado originalmente en Revista Ignorantes.