Los profesionales de la salud mental observan un aumento de casos de angustia, miedos, cansancio y otros síntomas del agotamiento que produce el aislamiento. Cuándo consultar, qué hacer y cómo ayudarlos.
El portal digital Rosario3 publicó este sábado un completo informe sobre el crecimiento en el número de consultas psicológicas para ayudar a niños, niñas y adolescentes a sobrellevar el encierro.
El 13 de marzo pasado fue el último día de clases en Argentina, y el 20 se decretó la cuarentena para todo el país. Se adaptaron las rutinas a la nueva realidad y a seis meses de jornadas trastocadas, las preocupaciones de padres y niños se trasladan a las consultas psicológicas, que aumentaron en el último tiempo, señala el informe.
“Ana tiene 11 y está con bastante ansiedad, especialmente después que se suspendieron los encuentros. Se mete los dedos en la boca todo el día y se está tocando el pelo de una forma que se le hacen como rastas. También tiene un poco alterado el patrón de sueño”, cuenta su mamá María. Gracias a una tarea escolar de Formación Ética vinculada a las emociones, “pudo poner en palabras que extrañaba a sus amigas, que quiere usar los juegos de la plaza”. El paso del tiempo hizo que notaran un cambio importante: “Está como muy cansada y también tiene una especie de tire y afloje interno, porque si bien quiere salir, a veces se niega, por temor a contagiarse”. Hace un mes, sus padres definieron que vuelva a terapia.
Josefina tiene 5, y su familia empezó a notar que no quería pintar, hablaba poco, no quería salir, ni hablar por teléfono con su abuela. “Empezó con una especie de tic con el cabello y a rascarse muy fuerte. Los caprichos de llanto a veces duraban horas. Consultamos a una psicóloga y empezó terapia, y nosotros (la pareja) también porque no dábamos más. Cambiamos las estrategias, pero de cualquier manera es difícil. Es cuestión de encontrar opciones y relajar cuando se pueda: con las tareas o con algunos parámetros que traíamos de antes, que a esta altura y en estas circunstancias, quedan obsoletos. Tuvimos que buscar alternativas”, expresa su mamá Clara.
“Saqué turno con una psicóloga para la semana que viene porque Martín (8) se come las uñas, tose forzado, llora, no quiere hacer las clases virtuales. Nosotros tenemos nuestros trabajos, salimos a hacer mandados, pero ellos no”, relata Lucas preocupado. En la misma sintonía Leandro expresa que comenzaron a ver que su hijo Ignacio (8), empezó a morder los puños de los buzos hasta deshilacharlos, principalmente cuando veía la tele. Afirma que el niño no se daba cuenta, hasta que se lo hacían notar, y que ha tenido llantos inesperados ante alguna tarea que no podía resolver solo.
Las historias se repiten entre las familias con niños en edad escolar. “Se han acrecentado las consultas, y el pedido de herramientas por parte de las familias para encontrar soluciones y respuestas a su malestar cotidiano en esta situación inédita e insólita”, afirma Facundo Corvalán, psicólogo (M 4775) y doctor en educación quien dirige la Fundación Ábaco (Sistema de apoyo a la integración escolar) desde donde acompañan escuelas e instituciones y asesora un jardín en el centro de la ciudad.
“Cada niño tiene su forma de manifestar de acuerdo a sus posibilidades. Lo mejor es cuando ellos pueden plantear evidencias que permitan entender que está pasando algo. Pueden aparecer comportamientos disruptivos, cambios de humor, berrinches agudos, dificultades para mantener la calma o cambios en las rutinas de sueño. También pueden aparecer dificultades en la alimentación vinculadas al nerviosismo. Hay niños que se identifican con sus padres en cuanto a temores incontrolados y después el exterior se significa como peligroso”, agrega.
María Eugenia Urrutia, psicóloga (M 3292) y psicodiagnosticadora asevera que “ha aumentado mucho la consulta en general. Muchos adultos traen (al consultorio) la problemática familiar, y ha subido la consulta de niños también. En la adultez se han recuperado ciertos espacios, pero la vida está muy lejos de ser lo que era antes, y en los niños, más lejos aún. Lo académico, los contenidos escolares, mal que mal, después de alguna manera se nivelan. El tema es que lo social, lo vincular, lo lúdico, no. Un niño que no juega es un niño que se enferma. Que se cumplan seis meses sin que los niños vayan a la escuela y que la forma de vincularse sea a través de una pantalla es preocupante. La pantalla no vincula, es una forma de transmisión, no hay vínculos reales y profundos. Uno puede hablar con alguien, un poco, si estableció una relación previa. Nosotros necesitamos el vínculo humano que tiene que ver con la mirada, con el gesto, con el aliento, con la energía que te produce el intercambio con otro”.
La falta de vínculos y las posibilidades de los niños para socializar presencialmente con sus pares, para los psicólogos, impacta en el comportamiento. “Hay dificultades para materializar conflictividades en el modo en como lo venían haciendo, para ir transitando los espacios de fantasías y juegos con los que ellos van construyendo el mundo. La virtualidad no reemplaza lo que implica la presencialidad, el aprender y el jugar con el otro. Este es un de los principales desafíos en donde los cuidadores tenemos que generarles nuevas herramientas para intentar, al menos, sobrellevar estos tiempos”, asegura Corvalán.
“Se puede definir que estamos socialmente viviendo una situación de duelo, porque estamos todos atravesando pérdidas, de todo tipo, en relación al tipo de vida que teníamos. Es gravísimo realmente. A nivel psíquico va a dejar secuelas muy grandes: depresiones, ansiedades que van tomando distintas vías de canalización. Esto tiene preocupado a los padres que más o menos pueden captarlo, los tiene preocupados e impotentes de alguna manera”, añade Urrutia.
Cuándo consultar con un profesional
“Hay que ver cada situación puntualmente. Un error es ‘patologizar’ todo, pensar que directamente el niño tiene una patología o que esa problemática pasa exclusivamente por él, e ir directamente a la búsqueda abrupta de un profesional. Primeramente hay que ver cómo la familia puede ir reconstruyendo y replanteando ciertos roles, las estrategias de comunicación y al niño darle y habilitar a que genere las herramientas para jugar y expresarse. Después, si hay casos que implican ciertos riesgos y un malestar difícil de trabajar, por supuesto recurrir a escuchas y a intervenciones profesionales”, expresa Corvalán y asegura que trabajando con las familias se encuentran posibilidades y soluciones. “Hay que ver cómo se trabaja coordinadamente en las familias el tema de los límites, cómo acordamos cuidados, cómo charlamos los conflictos y cómo no generamos en esto, que es inédito y difícil, algo peor. Hay que aprender colectivamente para que las respuestas no sean perjudiciales, ‘tirando más nafta al fuego’. Hay que re trabajar todas esas cuestiones. Cambió la coyuntura y la dinámica cotidiana de la estructura familiar”, sostiene.
Según Urrutia “todo malestar que hace ruido es más sano que el que va callado, que se deprime y se aísla, sin poder expresar. Cualquier manifestación importante de aislamiento o de mucha angustia podría ser un indicador para consultar. El niño que está demasiado tranquilo y demasiado solo jugando, ese chico que parece que está tan bien, que no tiene ganas de salir, que no hace lío, que está encerrado y sobretodo metido con un medio electrónico, que duerme de día y está despierto de noche, a mí me llamaría la atención. Ese chico que no hace ruido, que ‘no molesta’, a mí me preocupa”.
Cómo ayudar sin desesperar en el intento
“Como primera medida hay que establecer acuerdos entre las partes que participan de la crianza. Hay veces que entre los padres no hay una sincronía y los niños expresan la falta de acuerdos. Esto ha dinamitado las rutinas y los pactos, familiares e institucionales, y a veces los mapas de crianza que nos organizaban los días. Hay que generar estrategias en donde se les pueda garantizar a los niños que participen de espacios lúdicos, creativos, dándoles herramientas para que puedan manifestar estas situaciones de malestar que están siempre en la vida pero que ahora pueden agudizarse. Hay que buscar como se le puede garantizar al niño que las cosas que le hacían bien, puedan replantearse de acuerdo a la lógica actual. Después, recomiendo que los mantengan protegidos de la información que no está pensada para ellos. Porque a veces se los expone continuamente a imágenes y datos, entre ellas del coronavirus, y pueden llegar a interpretarlos en clave perjudicial para un contexto saludable” concluye Corvalán.
“Hay que incentivarlos a que hagan cosas artesanales, todo lo que tenga que ver con la creatividad, con la música, con el arte, ayuda. Las áreas de creación y creatividad producen salud. Hay que tratar de realizar actividades al aire libre, y sacar a los chicos en la medida que se pueda, en lugares públicos que estén habilitados. Que salgan a caminar, a andar en monopatín dentro de lo permitido. Muchos no tienen ganas, tienen miedo, pero hay que salir, aunque sea a que les dé el sol en la cara o una vuelta a la manzana, siempre cuidándose. El encierro no cura y enloquece. No sé qué va a ser de las consecuencias psíquicas de la población adolescente e infantil si esto continúa por mucho tiempo”, expresa la psicóloga. “Necesitamos destinarles tiempo a nuestros hijos, más del que tenían antes, porque antes hacían otras cosas, tenían actividades. Entiendo que es difícil, no estoy emitiendo juicio de valor contra nadie ni estoy juzgando. Estoy diciendo que es una situación difícil porque los padres nos tenemos que poner muy activos en acompañarlos y en ayudarlos a atravesar esto de la manera más sana que consideremos. Lo emocional y todo lo que a través del juego y del vínculo se desarrolla, no se compensa, y eso deja secuelas. Lo tenemos que saber, tenemos que estar atentos, tenemos que trabajar y tiene que haber expertos que le den importancia al tema”, finaliza Urrutia.