Escribe: Melisa Frois Orueta, docente
La Nación Argentina nace del sentido de soberanía del pueblo, y jamás ha de renunciar a él. Cuando los acontecimientos o circunstancias parezcan ensombrecerlo, el pueblo argentino habrá de “reasumir” su autoridad y facultades, como lo hicieron en Mayo de 1810 los habitantes de Buenos Aires, para restablecer su derecho de soberanía en el debido pedestal.
La Revolución de Mayo no fue un proceso lineal; fue un proceso complejo y multifacético. Tampoco tuvo como proyecto la independencia, sino la autonomía. No obstante, materializó las bases para la fundación de lo que posteriormente sería nuestra Patria.
Siguiendo esta línea, el 25 de mayo de 1810 no fuimos ni libres ni independientes. Tampoco nacía la Patria, porque aún no existía la Argentina [como un estado federal constituido por 23 provincias y una Ciudad Autónoma] como la conocemos hoy en día, mucho menos la idea de nacionalidad.
…y ¿entonces qué fue?
Los motivos inmediatos de la Revolución irrumpen en 1808 tras la caída de la monarquía española, cuando Napoleón Bonaparte invade España y los dominios americanos quedan acéfalos. Esto habilitó la retroversión de la soberanía [del rey] a los pueblos, es decir, la intervención de las elites y de la parte más movilizada de la población para la creación de un sistema representativo que hablara “por sí y a nombre del pueblo”. ¡Esto es lo que dio origen y contenido al movimiento revolucionario de Mayo!
Estos hombres y mujeres comprometidos/as con la causa, se vieron involucrados/as en la urgencia de participar activamente y pensar qué medidas tomar ante la inestabilidad política, económica y social que atravesaban las Provincias Unidas del Río de la Plata. Así, tras días de arduos debates, lograron consensuar la forma de gobierno y remover del poder al Virrey Cisneros.
Por este motivo, el 25 de mayo de 1810 se formalizó en Buenos Aires la creación de la Primera Junta. Esta fue la primera experiencia de autogobierno sin participación de la corona española, y el comienzo del proceso revolucionario que culminaría, años más tarde, con la declaración de la independencia el 9 de Julio de 1816.
Tras 40 años ininterrumpidos de democracia en nuestro país, la fecha que hoy nos convoca es una invitación a repensarnos como Pueblo; a volver sobre aquellos valores que por momentos parecen desdibujados.
Hoy como ayer, es necesario recurrir a la Memoria, revisitar las fuentes para despertar interrogantes y problematizar-nos desde el presente que nos convoca. Es preciso participar activa y críticamente en espacios de democratización que contribuyan al compromiso cívico y a la consolidación de políticas públicas que garanticen derechos igualitarios, inclusivos y equitativos para todos y todas.
Queda en cada uno de nosotros/as tomar la palabra, porque es a través del diálogo que podemos entendernos, conocer la opinión de los/as demás, consensuar y transformar la realidad que nos rodea. Sin distinción o discriminación por motivos raciales, sexuales, étnicos, religiosos, políticos, etáreos, ideológicos, lingüísticos, de ubicación geográfica, de filiación, de discapacidad o de estatus migratorio, entre otros.
Artículo publicado originalmente en el Periódico Info Huella.